sábado, 29 de enero de 2011

Reflexiones de Inji desde Egipto

Por Inji El Abd

Ayer escuché los gritos de la multitud desde mi balcón en la medida en que grupos de manifestantes se dirigían a la Plaza Tahir. Quería unirme pero el miedo no me dejaba. El miedo de ser acosada o atacada por los guardias de la Seguridad Nacional, el miedo a que el dolor y la humillación alimentaran en mi un odio sobre nuestras circunstancias y perder así el equilibrio sobre mis esfuerzos en mejorar la situación en el largo plazo sin ninguna confrontación política.

La manipulación de los medios de comunicación y el bloqueo a Twitter cambiaron mi postura, fue tanto el enojo que no podía permanecer en casa. La llamada de un minuto de una amiga me hizo salir y juntas fuimos a la Plaza Tahir.

El día de ayer fue una respuesta firme contra todas las acusaciones y lavado de cerebro que claman que el actual sistema es mejor que cualquier otra opción, también fue una buena revisión de todo lo que aprendí en mis cursos de Ciencia Política. Y porque creo en lo que aprendí, veo una luz en el camino. Si el cambio no se da ahora, igualmente se dará. Hemos cambiado y hemos demostrado que queremos y merecemos cambiar. Y aunque todas las teorías políticas fallen en predecir que sucederá, una teoría se mantiene en pie, Dios es justo.

Primero, este es un mensaje para aquellas personas que dicen ser intelectuales y civilizadas, la gente que ve el caos desde arriba y expresa que “este es un pueblo de ignorantes que no es merecedor de una democracia”, como si ellos fueran los únicos dignos de gozar de una democracia solo por ser parte de una ya desaparecida aristocracia o por tener pasaportes de países democráticos a pesar de no compartir ninguno de los valores democráticos de estos países. Ayer en el centro de la ciudad por primera vez no fui acosada sexualmente. Por primera vez vi jóvenes que no son parte de organizaciones ambientales recogiendo la basura de las calles y miles de personas unidas a pesar de sus diferencias, compartiendo alimentos y agua, intercambiando opiniones, mostrando carteles apropiados y respetuosos.

Segundo, es una respuesta a todos aquellos que creen que la Hermandad Musulmana es la única alternativa. No los vimos en las manifestaciones y puedo confirmar que la única persona que coreó frases religiosas recibió pocos coros de vuelta en comparación a otros no religiosos.

Tercero, es una respuesta a todos aquellos que no valoran la información y la libertad de expresión. Cualquier contribución presiona aunque sea por medio del Internet. Reconozco que he sido crítica en el pasado de todos los “twiteros” por pensar que solo hablaban y se quejaban. Hoy pido disculpas por eso, gracias a esos medios el intercambio de información y más importante el sentimiento de unidad creado por los comentarios y fotos nos llevo a todos afuera el día de ayer.

Esto comprueba que cada individuo tiene un rol específico de acuerdo a sus habilidades. Si no fuera por estas personas que se quedaron en sus hogares tratando de intercambiar información por medio del Internet y de sus teléfonos y, si no fuera por aquellos que se esforzaron en transmitir y dar una cobertura de los eventos, hubiésemos creído que los policías recibieron flores y regalos en celebración del día de la policía y otras ridiculeces similares, cosa tan interesante que muchos medios anunciaron el fin de las protestas antes que estas verdaderamente finalizaran. Si no fuera por aquellos que compartieron información sobre como lidiar con gases lacrimógenos, muchos de nosotros, que no estamos acostumbrados en los rituales de las manifestaciones y protestas en países como el nuestro, no hubiésemos durado tantas horas fuera.

Cuarto, es una respuesta a todos aquellos que acusan a la oposición política de ser traidores. Ellos se presentaron ayer y se integraron a la multitud sin llevar insignias ni carteles de sus partidos, juntos se unieron a una causa.

Quinto, es una respuesta a aquellos que dicen “no somos como Túnez”, no, somos como Túnez y más. No voy a negar que al inicio evalué dicho tema desde una perspectiva puramente teórica. Creía que necesitábamos una clase media amplia y educada en vez de una población polarizada entre una sufrida y empobrecida clase baja y una élite indiferente a los demás. Ayer quedó evidenciado que el pueblo egipcio está harto. Incluso aquellos que luchan cada día por un bocado de comida para sobrevivir tienen una consciencia que los motivó a actuar.

Somos una generación que no ha sido criada bajo una cultura de no confrontación y hemos tenido el miedo inculcado en nosotros desde que nacemos. Somos una generación cuyos intelectuales han sido sometidos por el régimen en el poder y obligados a conformarse y obedecer. Es la hora de conocer las reglas del juego.

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domingo, 14 de junio de 2009

Más allá del voto nulo: plebiscito, referéndum y revocación de mandato


En 1959, el rinoceronte Cacareco recibió 100 mil votos y ganó las elecciones a la alcaldía de Sao Paulo, Brasil, convirtiéndose en un ícono del voto de protesta. Entrevistado por la revista Time, un simpatizante del cuadrúpedo declaró que era mejor elegir a un rinoceronte que a un asno.

Personalmente, no considero que el voto nulo sea el mejor camino para cambiar el país, aunque debo decir que me parece lo más divertido, interesante y original que he escuchado durante las aburridas semanas de campaña electoral.

El hecho de que uno, cientos o miles de ciudadanos decidan sumarse voluntariamente a una iniciativa de esa naturaleza me parece simplemente genial.

La sociedad tiene absoluto derecho de organizarse para apoyar una causa o para manifestar su rechazo a algo, incluido el sistema político que teóricamente ha sido creado para representarla.

Sobretodo si, como sucede en México, el sistema en cuestión no cuenta con los mecanismos para incorporar la voluntad popular de manera fiable. Más allá del sufragio, no existe en nuestro país la posibilidad de participar en la mayoría de las decisiones que nos afectan.

Nuestra democracia se reduce al mero acto de votar. Tristemente, no son parte esencial de ella ni la transparencia, ni la rendición de cuentas, ni la participación ciudadana, ni el sometimiento del poder político a las leyes.

Todos sabemos que la condición de “ventaja” de la sociedad frente a sus representantes populares empieza en las campañas y termina el domingo de la jornada electoral.

Sólo durante algunas semanas tenemos –o al menos eso sentimos– la sartén por el mango. Una vez que hemos depositado nuestro sufragio en las urnas perdemos cualquier tipo de control sobre aquellos que días antes clamaban por nuestro apoyo y nos juraban “amor” eterno.

No existen los mecanismos para exigir el cumplimiento de lo prometido en campaña ni para garantizar que el actuar del representante popular se apegue al interés de la mayoría.

Razones sobran para rechazar a un sistema político que, en su conjunto, no ha logrado cumplir su cometido de sacar adelante al país y enfrentar los retos que se le presentan.

La seguridad pública está por los suelos. Hace apenas unos días nos enteramos de que el país fue ubicado en el número 108 de una lista de 144 países evaluados, en comparación con el número 93 que ocupó el año pasado, y se le considera con una nación con un índice de paz "bajo".

La economía está pasando por una crisis que se agravó por los problemas estructurales del país. Según el Banco Mundial, México será una de las naciones que más sufran por la recesión económica global.

Un análisis similar se podría hacer en materia de salud, educación, equidad de género, ecología y niveles de desigualdad. En síntesis, la evaluación del sistema político mexicano es reprobatoria en casi cualquier rubro.

Como lo mostró la reciente Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas, la confianza hacia los políticos no puede ser más baja y ello tiene más que ver su probada incapacidad y con sus múltiples escándalos económicos, legales y morales que con la difícil circunstancia internacional.

Esta situación explica el deseo de un significativo número de mexicanos de anular su voto.

No se trata, como muchos dicen, de un voto en contra de la democracia. Los reconocidos politólogos españoles Mariano Torcal y José Ramón Montero –a quienes tuve el honor de tener como profesores– explican el fenómeno distinguiendo los conceptos de “legitimidad democrática”, “descontento político” y “desafección política”.

El movimiento en pro de anular el voto se ubica entre los dos últimos. Se legitima la democracia pero no a aquellos que dicen representarla.

A pesar de todo lo anterior, no creo que el voto nulo sea la mejor manera de lograr un cambio en la actitud del sistema hacia los ciudadanos.

Mi opinión nada tiene que ver con el innegable derecho que todos tenemos de hacer lo que queramos con nuestro sufragio, sino más bien con la eficacia que la decisión del voto nulo pueda llegar a tener.

Y es que el resultado del voto nulo le viene con el nombre. Suena muy bien y es un gran paso, pero si no tiene un objetivo claro será simplemente inútil. Cosa distinta sería si el sistema electoral condicionara la validez de una elección a la participación de un mínimo de electores o a un máximo de votos nulos en un distrito electoral, pero no lo es.

Porque si lo que se pretende es avergonzar a muchos desvergonzados, lamento decir que poco les importará si en sus constancias aparece un número anormal de votos nulos.

Tampoco creo que a la mayoría de los candidatos les duela ser derrotados por la nulidad, mientras venzan a su contrincantes de otros partidos y obtengan la constancia de mayoría que les dará acceso al poder, al fuero constitucional –charola dorada incluida– y a sus abultados sueldos, bonos y prestaciones.

Con nuestro actual marco jurídico, el efecto del voto nulo en el sistema es inexistente. Servirá como antecedente, pero me parece que es un costo que la clase política está dispuesta a pagar.

Es el pequeño regaño que con gusto recibirá de parte de una sociedad a la que le sobran argumentos para tacharla de ineficaz, corrupta, escandalosa y de mal gusto. El voto nulo es la manera fácil de dar salida a un movimiento que podría terminar en mucho más.

Por eso hay que ir más allá. Lo que hay que rechazar es el monopolio de la política que hoy detentan los partidos y no es a través del voto nulo como se logrará.

Lo que se debe forzar mediante la participación política no convencional son cambios en el sistema a través del cual se toman las decisiones que a todos nos afectan. Hoy ese sistema está cerrado y es prácticamente imposible para la mayoría de los 110 millones de mexicanos incidir en los asuntos públicos.

Por eso, en mi opinión, lo que los ciudadanos debemos proponer y hacia donde deberíamos encaminar los pasos es hacia cambios que debiliten el monopolio en cuestión.

Por ejemplo, proponiendo la inclusión de las figuras de la iniciativa popular, el plebiscito, el referéndum, la revocación de mandato e incluso la segunda vuelta en la Constitución General de la República y en todas las constituciones estatales. Éstas son iniciativas cuyo efecto en el sistema sería directo.

Sería muy conveniente que se pudieran movilizar firmas para obligar a los diputados a legislar sobre un asunto de interés ciudadano o que el Poder Legislativo tuviese que someter a la opinión de la ciudadanía, mediante referéndum o plebiscito, determinada ley o decisión política.

También lo sería que el Presidente de la República y los gobernadores de los estados estuvieran obligados a rendir cuentas a la sociedad en las urnas a la mitad de su mandato para confirmarlo o que ningún candidato con menos de un determinado porcentaje de votos a favor pudiera ocupar un puesto de elección popular.

Esta situación verdaderamente fortalecería el control de la ciudadanía sobre los asuntos públicos y obligaría a los partidos políticos a actuar con mayor responsabilidad y a asumir el papel que les corresponde en la construcción de la nación.

Insisto, la iniciativa del voto nulo es quizá el único mecanismo del que actualmente dispone la sociedad para expresar su descontento pero –ya que estamos en ese camino– sería mejor impulsar un cambio que verdaderamente empodere a los ciudadanos.

Como decía mi abuelo Marcelino: “¿Para qué quemar la pólvora en infiernitos?”
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miércoles, 10 de junio de 2009

La UNAM gana el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2009


La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) resultó ganadora del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2009, que se falló hoy en la ciudad de Oviedo, España.

La UNAM disputó el premio con el diario New York Times, que también llegó como finalista a las últimas votaciones.

La institución académica mexicana fue fundada en 1910 con el nombre de Universidad Nacional de México, aunque heredó el carácter de universidad nacional de la Real y Pontificia Universidad de México, cuyo origen se remonta a 1551.

En 2007, fue declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

El jurado se reunió hoy, tras las deliberaciones de ayer, para proceder a las últimas votaciones e hizo público el nombre del ganador a las 12:00 horas (tiempo de España).
Al galardón optaban veinte candidaturas procedentes de doce países, entre las que figuraban las del historiador británico Geoffrey Lloyd, el sociólogo alemán Ulrich Beck y el filósofo español Emilio Lledó.

El jurado del premio estuvo presidido por el catedrático de Literatura Ricardo Senabre y de él formaron parte, entre otros, el presidente de la cadena de emisoras de radio Onda Cero, Javier González Ferrari; la editora del diario ABC, Catalina Luca de Tena; y el presidente de la Agencia EFE, Álex Grijelmo.

El galardón otorgado a la UNAM, dotado con 50.000 euros (unos 70.000 dólares) y la reproducción de una estatuilla diseñada por Joan Miró, es el cuarto que se falla este año tras el de las Artes.
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domingo, 7 de junio de 2009

Hermosillo, la otra tragedia


El día de hoy, mi esposa, mis dos hijas y yo tuvimos la oportunidad de ir a conocer el zoológico de Madrid. Íbamos en compañía de un matrimonio español que también llevaba a sus dos pequeños niños –María de cuatro años y Alfonso de sólo uno–, con quienes coincidimos en que es maravilloso poder disfrutar a los hijos y en que nada se puede comparar con la oportunidad de verlos jugar, crecer y ser felices.

Es por ello que me resulta inconcebible pensar que, mientras nosotros disfrutábamos de un agradable sábado familiar, en México hubiera 38 familias viviendo la que con seguridad es la peor pesadilla de cualquier madre o padre que se precie de amar a sus hijos.

No puedo imaginar el dolor que esas mujeres y hombres de trabajo están sintiendo en este momento. Dudo que haya palabras para describirlo y por respeto no intentaré hacerlo.

Lo que sí puedo hacer, gracias a la libertad de expresión de la que dispongo y al espacio que amablemente me ofrece EL SOL DE HIDALGO, es tratar de analizar, a la luz de la información disponible, la otra tragedia; la que trasciende a las familias afectadas e impacta directamente en la sociedad.

Y es que todo parece indicar que lo que ha pasado no es un mero accidente sino una muestra más de la cultura de la mediocridad y del “ahí se va”, implantada hasta el tuétano en muchas de las instituciones públicas de nuestro país y en no pocos de los funcionarios que en ellas laboran.

Porque, aunque seguramente se evitará decirlo a toda costa, se trata de una guardería pública no privada. El servicio es “proveído” a los derechohabientes por el Instituto Mexicano del Seguro Social, que lo externaliza y paga por ello a una empresa o particular para que en su lugar “produzca” el servicio de cuidado de infantes que el propio IMSS está obligado a prestar.

Para entrar en materia, debo decir que me queda absolutamente claro que los accidentes son precisamente eso, accidentes. Desafortunadamente, pasan en cualquier momento y en cualquier lugar. La Real Academia de la Lengua Española los define como un “suceso eventual o acción de la que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas”.

Sería imposible pensar en erradicar absolutamente este tipo de sucesos. Entonces, ¿Podría concluirse que la triste muerte de 38 niños en Hermosillo fue una situación fortuita, inevitable, y que por lo tanto es algo lamentable pero “normal”? Claro que podría pensarse, aunque dicha conclusión sería completa y absolutamente errónea.

Porque aunque es imposible evitar al ciento por ciento los accidentes, sí es factible contar con políticas de prevención que disminuyan su incidencia y disponer de estrategias de acción que permitan, en el caso de que éstos se presenten, estar en posibilidad de disminuir su impacto en la vida, la salud y el patrimonio de las personas.

Si bien es cierto que nadie puede evitar que en algún momento una chispa provoque un fuego que a su vez se convierta en un incendio, es aún más cierto que existen muchos mecanismos para evitar que dicho incendio provoque que 38 niños y niñas de menos de cinco años pierdan la vida en unos pocos minutos y que un número similar o mayor se debatan entre la vida y la muerte.
Precisamente porque los accidentes suceden, las instituciones responsables tienen la obligación de tomar medidas para que en caso de que así sea, la respuesta permita minimizar al máximo la perdida de vidas y de bienes materiales.

Antes de buscar chivos expiatorios, será necesario investigar si el escaso personal de la guardería contaba con un plan de emergencias debidamente certificado y si fue convenientemente instruido para cumplirlo por aquellos que tenían la obligación de hacerlo.

En los siguientes días se deberán responder muchas otras preguntas: ¿Por qué no había una o varias salidas de emergencia, lo que provocó que los rescatistas tuvieron que romper los muros, perdiendo un tiempo valiosísimo? ¿Qué tiene que hacer una bodega con combustible y neumáticos junto a una guardería en la que juegan más de 70 niños a la vez? ¿Existe una norma municipal, estatal o federal de protección civil que regule dichas situaciones?

¿Cuenta el Instituto Mexicano del Seguro Social con un protocolo de normas mínimas de seguridad para sus guarderías subrogadas? ¿Está bien diseñado? ¿Existen los mecanismos de supervisión para hacerlo cumplir? ¿Participan los usuarios en su elaboración, implantación y evaluación?

Aunque sin duda lo que más duele son los 38 niños y niñas muertos y los al menos 20 heridos, lo que ofende son las evidentes condiciones de negligencia en las que éstas se suscitaron.

Más allá de los discursos voluntaristas y lacrimógenos, que sin duda abundarán dada la época electoral, es necesario que lo sucedido en Hermosillo sea investigado a profundidad.

No sólo para esclarecer responsabilidades –incluídas las del personal y propietarios de la guardería, hasta las de los responsables del diseño y aplicación de las normas de seguridad del IMSS–, sino para poder determinar las condiciones en las que se encuentran todas las instalaciones similares en el país y evitar que un evento similar vuelva a suceder.

Sería lamentable que, como ha pasado en innumerables ocasiones, esta terrible situación no sirviera a las instituciones públicas y privadas para hacer mejor las cosas en un futuro.

En el caso de las instituciones públicas, en el fondo la cuestión clave se encuentra en la capacidad que tienen para ser organizaciones en constante aprendizaje. Concepto éste último difícil de asimilar en un contexto como el mexicano en el que el diálogo entre el gobierno y la sociedad, de por sí escaso, se da en condiciones de desigualdad en detrimento del ciudadano.

Se trata de que el gobierno haga un verdadero esfuerzo para aprender de las experiencias –buenas y malas– y traducirlas en políticas públicas específicas. Hacer del conocimiento acumulado no un mero bagaje de historias sin sentido, sino una plataforma para poder transformar la realidad futura y hacerlo en beneficio de la sociedad.

De otra manera, la muerte de 38 niños y niñas inocentes y el indescriptible dolor de sus familiares será sólo una historia más para el largo anecdotario de las negligencias nacionales.

¿Usted qué opina, apreciable lector?
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jueves, 4 de junio de 2009

Discurso de Obama en El Cairo

Versión en español del discurso pronunciado el 4 de junio de 2009 por Barack Obama en la Universidad de El Cairo "Un nuevo comienzo".
Es un honor para mí estar en la ciudad eterna de El Cairo, y tener como anfitriones a dos eminentes instituciones. Durante más de mil años, Al-Azhar ha sido un modelo de enseñanza islámica y durante más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente de adelantos para Egipto. Juntas, representan la armonía entre la tradición y el progreso. Agradezco su hospitalidad y la hospitalidad del pueblo de Egipto. También es un orgullo para mí ser el portador de la buena voluntad del pueblo estadounidense y del saludo de paz de las comunidades musulmanas en mi país: salam aleicom.

Nos congregamos en un momento de tensión entre Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, tensión arraigada en fuerzas históricas que van más allá de cualquier debate sobre política actual. La relación entre el Islam y el Occidente incluye siglos de coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas. Recientemente, la tensión ha sido alimentada por el colonialismo que les negó derechos y oportunidades a muchos musulmanes, y una Guerra Fría en la que a menudo se utilizaba a los países de mayoría musulmana como agentes, sin tener en cuenta sus aspiraciones propias. Además, el cambio arrollador causado por la modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a considerar que el Occidente es hostil con las tradiciones del Islam.

Extremistas violentos se han aprovechado de estas tensiones entre una minoría pequeña pero capaz de musulmanes. Los ataques del 11 de septiembre del 2001 y los esfuerzos continuos de estos extremistas de actuar violentamente contra civiles han llevado a algunas personas en mi país a considerar al Islam inevitablemente hostil no sólo con Estados Unidos y los países del Occidente, sino también con los derechos humanos. Esto ha engendrado más temor y más desconfianza.

Mientras nuestra relación sea definida por nuestras diferencias, les otorgaremos poder a quienes siembran el odio en vez de la paz, y a quienes promueven el conflicto en vez de la cooperación que puede ayudar a todos nuestros pueblos a lograr la justicia y la prosperidad. Éste ciclo de suspicacia y discordia debe terminar.

He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes, principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto por la dignidad de todos los seres humanos.

Lo hago sabiendo que el cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Ningún discurso por su cuenta puede acabar con años de desconfianza, ni puedo en el tiempo que tengo contestar todas las preguntas complejas que nos han traído a este momento. Pero estoy convencido que para progresar, debemos decir abiertamente lo que pensamos, y demasiadas veces, eso se dice solamente detrás de puertas cerradas. Debe haber un esfuerzo sostenido de escucharnos unos a los otros, de aprender unos de otros; de respetarnos unos a los otros, y de buscar terreno común.


Como nos dice el Sagrado Corán, “Tengan conciencia de Dios y digan siempre la verdad”. Eso es lo que trataré de hacer: decir la verdad de la manera más clara posible, reconociendo humildemente la tarea que nos queda por delante, con la firme convicción de que los intereses que compartimos como seres humanos son mucho más poderosos que las fuerzas que nos dividen.

Parte de esta convicción está arraigada en mi propia experiencia. Soy cristiano, pero mi padre pertenecía a una familia en Kenia que incluye a varias generaciones de musulmanes. De niño, pasé varios años en Indonesia y escuché el llamado del Azán al amanecer y atardecer. De joven, trabajé en comunidades de Chicago donde muchos encontraban dignidad y paz en su religión musulmán.

Como estudioso de la historia, sé también que la civilización tiene una deuda con el Islam. Fue el Islam –en lugares como la Universidad Al-Azhar– el que llevó la antorcha del aprendizaje durante muchos siglos y preparó el camino para el Renacimiento y el Siglo de las Luces en Europa. Fueron las comunidades musulmanas las que inventaron nuestra brújula magnética y herramientas de navegación; las que desarrollaron el álgebra; nuestra pericia con la pluma y la impresión; nuestro entendimiento del proceso de contagio de las enfermedades y las formas de curarlas. La cultura islámica nos ha brindado majestuosos arcos y altísimas torres; poesía y música de eterna belleza; elegante caligrafía y lugares de contemplación pacífica. Y en toda la historia, el Islam ha demostrado por medio de sus palabras y actos las posibilidades de la tolerancia religiosa e igualdad de las razas.

Sé también que el Islam siempre ha sido parte de la historia de Estados Unidos. La primera nación en reconocer a mi país fue Marruecos. Al firmar el Tratado de Trípoli en 1796, nuestro segundo presidente, John Adams, escribió, "Estados Unidos no tiene ninguna enemistad con las leyes, religión o tranquilidad de los musulmanes". Y desde nuestra fundación, los musulmanes estadounidenses han enriquecido a Estados Unidos. Lucharon en nuestras guerras, trabajaron para el gobierno, defendieron los derechos civiles, abrieron negocios, enseñaron en nuestras universidades, sobresalieron en nuestros estadios deportivos, ganaron premios Nóbel, construyeron nuestro más alto rascacielos y encendieron la antorcha olímpica. Y cuando el primer musulmán estadounidense fue elegido recientemente al Congreso y juró defender nuestra Constitución usó el mismo Sagrado Corán que uno de nuestros fundadores, Thomas Jefferson, tenía en su biblioteca personal.

Entonces, conocí el Islam en tres continentes antes de venir a la región donde fue originalmente revelado. Esa experiencia guía mi convicción de que esa alianza entre Estados Unidos y el Islam se debe basar en lo que es el Islam, no en lo que no es, y considero que es parte de mi responsabilidad como Presidente de Estados Unidos luchar contra los estereotipos negativos del Islam dondequiera que surjan.

Pero ese mismo principio debe aplicarse a la percepción musulmana de Estados Unidos. Así como los musulmanes no encajan en un estereotipo burdo, Estados Unidos no encaja en el estereotipo burdo de un imperio que se preocupa sólo de sus intereses. Los Estados Unidos ha sido una de las mayores fuentes del progreso que el mundo jamás haya conocido. Nacimos de una revolución contra un imperio. Fue fundado en base al ideal de que todos somos creados iguales, y hemos derramado sangre y luchado durante siglos para darles vida a esas palabras, dentro de nuestras fronteras y alrededor del mundo. Nuestra identidad se forjó con todas las culturas provenientes de todos los rincones de la Tierra, y estamos dedicados a un concepto simple: E pluribus unum: "De muchos, uno".

Mucho se ha comentado del hecho de que un afroamericano con el nombre Barack Hussein Obama haya podido ser elegido Presidente. Pero mi historia no es tan singular. El sueño de oportunidades para todas las personas no se ha hecho realidad en todos los casos en Estados Unidos, pero la promesa todavía existe para todos los que llegan a nuestras costas, incluidos casi siete millones de musulmanes estadounidenses que hoy están en nuestro país y tienen ingresos y educación por encima del promedio.

Es más, la libertad en Estados Unidos es indivisible de la libertad religiosa. Por eso hay una mezquita en todos los estados de nuestro país y más de 1,200 mezquitas dentro de nuestras fronteras. Por eso el gobierno de Estados Unidos recurrió a los tribunales para proteger el derecho de las mujeres y niñas a llevar el jiyab, y castigar a quienes se lo negaban.

Entonces, que no quepa la menor duda: el Islam es parte de Estados Unidos. Y considero que Estados Unidos es, en sí, la prueba de que todos, sin importar raza, religión o condición social, compartimos las mismas aspiraciones: paz y seguridad, educación y un trabajo digno, amar a nuestra familia, a nuestra comunidad y a nuestro Dios. Son cosas que tenemos en común. Esto anhela toda la humanidad.

Por supuesto, el reconocimiento de nuestra humanidad común es apenas el comienzo de nuestra tarea. Las palabras por sí solas no satisfacen las necesidades de nuestros pueblos. Estas necesidades solo se satisfacerán si actuamos audazmente en los próximos años. Y debemos actuar con el entendimiento de que la gente en todo el mundo enfrenta los mismos desafíos, y si fracasamos, las consecuencias nos perjudicarán a todos.

Pues hemos aprendido de acontecimientos recientes que cuando un sistema financiero se debilita en un país, hay menos prosperidad en todas partes. Cuando una nueva gripe infecta a un ser humano, todos estamos en peligro. Cuando una nación procura armas nucleares, todas las naciones corren mayor riesgo de un ataque nuclear. Cuando extremistas violentos operan en una franja montañosa, el peligro se cierne sobre gente al otro lado del océano. Y cuando personas inocentes en Bosnia y en Darfur son asesinados, sentimos un peso en nuestra conciencia colectiva. Eso es lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI. Somos mutuamente responsables ante los demás seres humanos.

Ésa es una responsabilidad difícil de asumir. Ya que la historia de la humanidad ha sido a menudo una letanía de naciones y tribus que subyugan a otras para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, en esta nueva era, semejantes actitudes son contraproducentes. Debido a nuestra interdependencia, cualquier régimen en el mundo que eleve a una nación o grupo humano por encima de otro inevitablemente fracasará. Así que cualquiera sea nuestra opinión del pasado, no debemos ser prisioneros de él. Debemos solucionar nuestros problemas colaborando, debemos compartir nuestro progreso.

Eso no significa que debemos ignorar las fuentes de tensión. De hecho, sugiere que debemos hacer exactamente lo contrario: debemos enfrentar estas tensiones de frente. Y con esa intención, permítanme hablar de la manera más clara y transparente posible sobre algunos asuntos específicos que creo que debemos finalmente enfrentar juntos.

Lo primero que debemos encarar es el extremismo violento en todas sus formas.

En Ankara, dejé en claro que Estados Unidos no está y nunca estará en guerra contra el Islam. Sin embargo, les haremos frente sin descanso a los extremistas violentos que representan una grave amenaza para nuestra seguridad, porque rechazamos lo mismo que rechaza la gente de todos los credos: el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes. Y es mi deber principal como Presidente proteger al pueblo estadounidense.

La situación en Afganistán demuestra las metas de Estados Unidos y nuestra necesidad de trabajar juntos. Hace más de siete años, Estados Unidos tenía amplio apoyo internacional cuando fue en pos de Al Qaida y el Talibán. Ir allá no fue una opción; fue una necesidad. Y estoy consciente de que hay quienes cuestionan o justifican los acontecimientos del 11 de septiembre.

Pero seamos claros: Al Qaida asesinó a casi 3,000 personas ese día. Las víctimas fueron hombres, mujeres y niños inocentes de los Estados Unidos y muchos otros países que no habían hecho nada para hacerle daño a nadie. Y sin embargo, Al Qaida los asesinó sin misericordia, se adjudicó responsabilidad por el ataque y aún ahora sigue declarando repetidamente su determinación de asesinar a gran escala. Tienen militantes en muchos países y están tratando de ampliar su alcance. Éstas no son opiniones para debatir, son hechos que debemos afrontar.

Y que quede claro: no queremos mantener a nuestras tropas en Afganistán. No queremos tener bases militares allá. Es doloroso para los Estados Unidos perder a nuestros jóvenes. Continuar este conflicto tiene un costo político y económico muy alto. De muy buena gana enviaríamos de regreso a casa a todas nuestras tropas si tuviéramos la certeza de que no hay extremistas violentos en Afganistán y Pakistán decididos a asesinar a todos los estadounidenses que puedan. Pero esa aún no es la situación.

Por eso estamos trabajando con una coalición de cuarenta y seis países. Y a pesar de los costos requeridos, el compromiso de los Estados Unidos no se debilitará. De hecho, ninguno de nosotros debe tolerar a estos extremistas. Han cometido asesinatos en muchos países. Han asesinado a gente de diferentes religiones, y más que nada, han asesinado a musulmanes. Sus actos son irreconciliables con los derechos de los seres humanos, el progreso de las naciones y el Islam. El Sagrado Corán enseña que quien mata a un inocente, mata a toda la humanidad; y quien salva a una persona, salva a toda la humanidad. La religión perdurable de más de mil millones de personas es mucho más fuerte que el odio intransigente de unos pocos. Islam no es parte del problema en la lucha contra el extremismo violento, es parte importante de avanzar la paz.

También sabemos que el poderío militar por sí solo no va a resolver los problemas en Afganistán y Pakistán. Por eso planeamos invertir $1,500 millones de dólares cada uno de los próximos cinco años, a fin de asociarnos con Pakistán para construir escuelas y hospitales, carreteras y empresas, y cientos de millones para ayudar a quienes han sido desplazados. Por eso estamos proporcionando más de $2,800 millones para ayudar al pueblo de Afganistán a desarrollar su economía y prestar servicios de los que depende la gente.

Permítanme también hablar del tema de Irak. A diferencia de Afganistán, nosotros elegimos ir a la guerra en Irak, y eso provocó fuerte antagonismo en mi país y alrededor del mundo. Aunque creo que, a fin de cuentas, el pueblo iraquí está mejor sin la tiranía de Sadam Husein, también creo que los acontecimientos en Irak han recordado a los Estados Unidos de Norteamerica que es necesario usar la diplomacia y promover consenso a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando sea posible. De hecho, podemos citar las palabras de Thomas Jefferson, quien dijo: “Espero que nuestra sabiduría aumente con nuestro poder y nos enseñe que cuanto menos usemos nuestro poder, éste se incrementará”.

Hoy, Estados Unidos tiene una doble responsabilidad: ayudar a Irak a forjar un mejor futuro y a dejar Irak en manos de los iraquíes. Le he dicho claramente al pueblo iraquí que no queremos bases militares y no queremos reclamar ninguna parte de su territorio ni de sus recursos. La soberanía de Irak es toda suya. Por eso ordené el retorno de nuestras brigadas de combate para el próximo agosto. Por eso cumpliremos con nuestro acuerdo con el gobierno de Irak, democráticamente elegido, de retirar nuestras tropas de combate de las ciudades iraquíes para julio y de retirar todas nuestras tropas de Irak para el 2012. Ayudaremos a Irak a capacitar a sus Fuerzas de Seguridad y a desarrollar su economía. Respaldaremos, como socio y jamás como patrón, a un Irak seguro y unido.

Y finalmente, así como Estados Unidos no puede tolerar la violencia a manos de extremistas, nunca debemos cambiar nuestros principios. El 11 de septiembre fue un trauma enorme para nuestro país. El temor y la ira que causó son comprensibles, pero en algunos casos, nos llevó a actuar en contra de nuestros ideales. Estamos tomando medidas concretas para cambiar de curso. He prohibido inequívocamente el uso de tortura por Estados Unidos y he ordenado que se clausure la prisión en la bahía de Guantánamo para comienzos del próximo año.

Entonces, Estados Unidos se defenderá, respetuoso de la soberanía de las naciones y el imperio de la ley. Y lo haremos en alianza con las comunidades musulmanas que también se ven amenazadas. Cuanto antes se aísle a los extremistas y no se les acepte en las comunidades musulmanas, más pronto estaremos todos más seguros.

La segunda fuente importante de tensión que necesitamos discutir es la situación entre los israelíes, palestinos y el mundo árabe.

Los estrechos vínculos de Estados Unidos con Israel son muy conocidos. Este vínculo es inquebrantable. Se basa en lazos culturales e históricos, y el reconocimiento de que el anhelo de un territorio judío está arraigado en una historia trágica que no se puede negar.

Alrededor del mundo, el pueblo judío fue perseguido durante siglos, y el antisemitismo en Europa culminó en un Holocausto sin precedente. Mañana, visitaré Buchenwald, que fue parte de una serie de campos donde los judíos fueron esclavizados, torturados, abaleados y asesinados en cámaras de gas por el Tercer Reich. Seis millones de judíos fueron aniquilados, más que toda la actual población judía de Israel. Negar ese hecho es infundado, ignorante y odioso. Amenazar a Israel con la destrucción o repetir viles estereotipos sobre los judíos son acciones profundamente equivocadas y sólo logran evocar entre los israelíes el más doloroso de los recuerdos y, a la vez, impedir la paz que los pobladores de la región merecen.

Por otro lado, también es innegable que el pueblo palestino –musulmanes y cristianos– también ha sufrido en la lucha por una patria. Durante más de sesenta años, han padecido el dolor del desplazamiento. Muchos esperan, en campamentos para refugiados en la Ribera Occidental, Gaza y tierras aledañas, una vida de paz y seguridad que nunca han tenido. Soportan las humillaciones diarias, grandes y pequeñas, que surgen de la ocupación. Entonces, que no quepa duda alguna: la situación para el pueblo palestino es intolerable. Estados Unidos no les dará la espalda a las aspiraciones legítimas de los palestinos de dignidad, oportunidades y un estado propio.

Durante décadas, el conflicto se ha quedado en tablas: dos pueblos con aspiraciones legítimas, cada uno con una dolorosa historia que hace difícil llegar a un acuerdo. Es fácil asignar la culpa, para los palestinos culpar el desplazamiento a raíz de la fundación de Israel, y para los israelíes culpar la hostilidad constante y los ataques llevados a cabo durante toda su historia por dentro y fuera de sus fronteras. Pero si vemos este conflicto solamente de un lado o del otro, entonces no podemos ver la verdad: la única resolución es que las aspiraciones de ambos lados las satisfagan dos estados, donde los israelíes y los palestinos tengan paz y seguridad.

Es de interés para Israel, es de interés para Palestina es de interés para Estados Unidos y de interés para el mundo entero. Es por eso que mi intención es personalmente abocarme a esta solución dedicando toda la paciencia que la tarea requiere. Las obligaciones que las partes acordaron conforme al plan son claras. Para que llegue la paz, es hora de que ellos –y todos nosotros– cumplamos con nuestras responsabilidades.

Los palestinos deben abandonar la violencia. La resistencia por medio de violencia y asesinatos está mal y no resulta exitosa. Durante siglos, las personas de raza negra en Estados Unidos sufrieron los azotes del látigo como esclavos y la humillación de la segregación. Pero no fue con violencia que lograron derechos plenos y equitativos. Fue con una insistencia pacífica y decidida en los ideales centrales de la fundación de Estados Unidos. Esta misma historia la pueden contar pueblos desde Sudáfrica hasta el sur de Asia; desde Europa Oriental hasta Indonesia. Es una historia con una verdad muy simple: la violencia es un callejón sin salida. No es señal de valentía ni fuerza el lanzar cohetes contra niños que duermen, ni hacer estallar ancianas en un autobús. Así no se obtiene autoridad moral; así se renuncia a ella.

Éste es el momento en que los palestinos se centren en lo que pueden construir. La Autoridad Palestina debe desarrollar su capacidad de gobernar, con instituciones que satisfagan las necesidades de su pueblo. Hamas cuenta con respaldo entre algunos palestinos, pero también tiene responsabilidades. Para desempeñar un papel en hacer realidad las aspiraciones de los palestinos, y unir al pueblo palestino, Hamas debe poner fin a la violencia, reconocer acuerdos pasados, y reconocer el derecho de Israel a existir.

Al mismo tiempo, los israelíes deben reconocer que así como no se puede negar el derecho de Israel a existir, tampoco se puede negar el de Palestina. Estados Unidos no acepta la legitimidad de más asentamientos israelíes. Dicha construcción viola acuerdos previos y menoscaba los esfuerzos por lograr la paz. Es hora de que cesen dichos asentamientos.

Israel también debe cumplir con sus obligaciones de asegurarse de que los palestinos puedan vivir y trabajar y desarrollar su sociedad. Y asi como es de devastadora para familias palestinas, la crisis humanitaria en Gaza que continua no contribuye a la seguridad de Israel, ni tampoco lo hace la falta de oportunidades en la Ribera Occidental. El progreso en la vida cotidiana del pueblo palestino debe ser parte del camino hacia la paz, e Israel debe tomar pasos concretos para permitir ese progreso.

Finalmente, los estados árabes deben reconocer que la Iniciativa Árabe de Paz fue un punto de partida importante, pero no el fin de sus responsabilidades. El conflicto árabe-israelí ya no debe ser usado para distraer a los pobladores de los países árabes y disimular la existencia de otros problemas. Más bien, debe dar lugar a medidas para ayudar al pueblo palestino a desarrollar las instituciones que sustenten su estado; a reconocer la legitimidad de Israel, y a optar por el progreso por encima de la contraproducente atención al pasado.

Estados Unidos alinearemos nuestra política con quienes buscan la paz, y diremos en público las cosas que les decimos en privado a los israelíes y palestinos y árabes. No podemos imponer la paz. Pero en privado, muchos musulmanes reconocen que Israel no desaparecerá. Asimismo, muchos israelíes reconocen la necesidad de un estado palestino. Es hora de actuar basado en lo que todos sabemos es cierto.

Se han derramado demasiadas lágrimas. Se ha derramado demasiada sangre. Todos nosotros tenemos la responsabilidad de trabajar para que llegue el día en que las madres de israelíes y palestinos puedan ver a sus hijos crecer sin temor; cuando la Tierra Santa de tres grandes religiones sea el lugar de paz que Dios se propuso que fuera; cuando judíos y cristianos y musulmanes puedan tener en Jerusalén un hogar seguro y perdurable, y un lugar donde todos los hijos de Abraham fraternicen pacíficamente como en la historia del Isrá, cuando se unieron para orar Moisés, Jesús y Mahoma (que la paz esté con ellos).

La tercera fuente de tensión es nuestro interés compartido en los derechos y responsabilidades de los países con relación a las armas nucleares.

Este asunto ha sido una fuente de tensión en particular entre Estados Unidos y la República Islámica de Irán. Durante muchos años, Irán se ha definido en parte por su oposición a mi país, y de hecho, la historia entre nosotros ha sido tumultuosa. En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos desempeñó un papel en el derrocamiento de un gobierno iraní elegido democráticamente.

Desde la Revolución Islámica, Irán ha desempeñado un papel en secuestros y actos de violencia contra militares y civiles estadounidenses. Esta historia es muy conocida. En vez de permanecer atrapados en el pasado, les he dejado en claro a los líderes y al pueblo de Irán que mi país está dispuesto a dejar eso atrás. La cuestión ahora no es a qué se opone Irán, sino más bien, qué futuro quiere forjar.

Será dificil superar decadas de desconfianza, pero avanzaremos con valentía, rectitud, y convicción. Habrán muchos temas que discutir entre nuestros dos países, y estamos dispuestos a seguir adelante sin precondiciones basados en un respeto mutuo. Pero no hay duda para quienes se ven afectados, que en cuanto a las armas nucleares, hemos llegado a un punto decisivo. Esto no es simplemente cuestión de los intereses de Estados Unidos. Esto es cuestión de evitar una carrera de armas nucleares en el Oriente Medio que podría llevar a esta región por un camino sumamente peligroso.

Comprendo a quienes protestan que algunos países tengan armas que otros no tienen. Ningún país por su cuenta debe escoger cuáles países deben tener armas nucleares. Es por eso que he reafirmado firmemente el compromiso de Estados Unidos de procurar un mundo en el que ningún país tenga armas nucleares. Y todo país –incluido Irán– debe tener el derecho de utilizar energía nuclear pacífica si cumple con sus responsabilidades conforme al Tratado de No Proliferación Nuclear. Ese compromiso es esencial en el tratado, y todos los que lo ratifican deben cumplirlo sin falta. Y tengo la esperanza de que todos los países en la región puedan compartir en este objetivo.

El cuarto asunto que deseo tratar es la democracia.

Sé que ha habido una polémica sobre la promoción de la democracia en años recientes y que gran parte de dicha controversia tiene que ver con la guerra en Irak. Entonces, permítanme ser claro: ninguna nación puede ni debe imponer un sistema de gobierno a una nación.
Eso no disminuye mi compromiso, sin embargo, con los gobiernos que reflejan la voluntad del pueblo. En cada nación, este principio cobra vida a su manera, en base a las tradiciones de su propia gente. Estados Unidos no pretende saber lo que es mejor para todos, así como no pretenderíamos determinar el resultado de elecciones pacíficas. Pero sí tengo una convicción inquebrantable en que todas las personas anhelan ciertas cosas: la posibilidad de expresarse libremente y tener voz y voto en la forma de gobierno; la confianza en el estado de derecho e imparcialidad de la justicia; un gobierno transparente que no le robe a su gente; la libertad de vivir según escoja cada uno. Éstas no son solo ideas estadounidenses, son derechos humanos, y es por eso que nosostros los apoyaremos en todas partes.

No existe un camino directo para alcanzar esta promesa. Pero no hay duda de esto: los gobiernos que protegen estos derechos, a fin de cuentas, son más estables, exitosos y seguros. La supresión de ideas nunca logra hacer que desaparezcan. Estados Unidos valora el derecho de todas las voces pacíficas y respetuosas de la ley de ser escuchadas en todo el mundo, incluso si discrepamos con ellas. Y acogeremos a todos los gobiernos electos y pacíficos, siempre que gobiernen respetando a toda su gente.

Este último punto es importante porque hay quienes abogan por la democracia solo cuando no están en el poder, y ya en el poder, no tienen misericordia al buscar la supresión de los derechos de otros. No obstante donde ocurra, el gobierno del pueblo y por el pueblo establece un solo estándar para quienes están en el poder: deben mantener su poder a través del consentimiento, no la coerción; deben respetar los derechos de las minorías y participar basado en la tolerancia y el consenso; deben poner los intereses de su pueblo y los procesos políticos legítimos por encima de su partido. Sin estos ingredientes, elecciones por su cuenta no resultan en verdadera democracia.

El quinto asunto que debemos encarar juntos es la libertad religiosa.

El Islam tiene una orgullosa tradición de tolerancia. Lo vemos en la historia de Andalucía y Córdoba durante la Inquisición. Lo vi con mis propios ojos de niño en Indonesia, donde los cristianos devotos practicaban su religión libremente en un país predominantemente musulmán. Ése es el espíritu que necesitamos hoy. Las personas de todos los países deberían ser libres de escoger su religión y llevar una vida como lo dicte su mente, corazón y alma. Esta tolerancia es esencial para que la religión prospere, pero está siendo atropellada de muchas maneras diferentes.

Entre algunos musulmanes, hay una tendencia preocupante de medir las creencias propias en base al rechazo de las de los demás. La riqueza de la diversidad religiosa debe defenderse, ya sea por los maronitas del Líbano, o los coptos en Egipto. Y también se deben cerrar las divisiones entre musulmanes, ya que la separación entre suníes y chiítas ha resultado en trágica violencia, particularmente en Irak.

La libertad de religión es fundamental para que los pueblos puedan convivir. Siempre debemos examinar las formas en que la protegemos. Por ejemplo, en Estados Unidos, las normas sobre los donativos benéficos han hecho que sea más difícil que los musulmanes cumplan con su obligación religiosa de zakat. Es por eso que me he comprometido a trabajar con los musulmanes estadounidenses para asegurar de que puedan cumplir con el zakat.

Asimismo, es importante que países del Occidente eviten impedir que los ciudadanos musulmanes puedan practicar su religión como les parezca, por ejemplo, dictando qué ropa deben usar las mujeres musulmanas. No podemos esconder la hostilidad hacia cualquier religión con el pretexto del liberalismo.

De hecho, la fe nos debe unir. Por eso estamos forjando proyectos de servicio en Estados Unidos que reúnan a cristianos, musulmanes y judíos. Por eso acogemos los esfuerzos como el Diálogo Interreligioso del rey Abdullah de Arabia Saudita y el liderazgo de Turquía en la Alianza de Civilizaciones. Alrededor del mundo, podemos convertir el diálogo en servicio interreligioso, para que los puentes entre los pueblos lleven a actos, ya sea al combatir la malaria en África o proporcionar socorro tras una catástrofe natural.

El sexto asunto que deseo abordar son los derechos de la mujer.

Sé que existe debate sobre este tema. Rechazo el punto de vista de algunas personas en Occidente de que la mujer que opta por cubrir su cabello es, de cierta manera, menos igual, pero sí creo que a una mujer a la que se le niega educación se le niega la igualdad. Y no es coincidencia que los países donde las mujeres cuentan con una buena educación tienen bastante más probabilidades de ser prósperos.

Y permítanme ser claro: los problemas relativos a la igualdad de la mujer no solamente ocurren en el Islam. En Turquía, Pakistán, Bangladesh e Indonesia, hemos visto a países de mayoría musulmana elegir a una mujer como líder. A la vez, la lucha por la igualdad de las mujeres continua en muchos aspectos de la vida estadounidense, y en países alrededor del mundo.

Nuestras hijas pueden contribuir tanto a la sociedad como nuestros hijos, y nuestra prosperidad común se puede promover si permitimos a toda la humanidad – hombres y mujeres – a lograr su potencial entero. Yo no creo que las mujeres tengan que tomar las mismas decisiones que los hombres para lograr la igualdad, y respeto a las mujeres que escogen vivir sus vidas de manera tradicional. Pero debe ser por decisión propia. Por eso Estados Unidos se asociará con cualquier país de mayoría musulmana para apoyar mayor alfabetización de las niñas, y para ayudar a las jóvenes a buscar empleo por medio del microfinanciamiento, que ayuda a la gente a hacer sus sueños realidad.

Finalmente, deseo hablar sobre el desarrollo económico y las oportunidades.

Sé que para muchos, la faz de la globalización es contradictoria. El Internet y la televisión pueden traer conocimientos e información, pero también sexualidad ofensiva y violencia irracional. El comercio puede traer nueva riqueza y oportunidades, pero también enormes alteraciones y cambios para las comunidades. En todos los países –incluido el mío– este cambio puede producir temor. El temor de que la modernidad significará perder el control de nuestras opciones económicas, nuestra política y, lo más importante, nuestra identidad, lo que más apreciamos de nuestras comunidades, nuestras familias, nuestras tradiciones y nuestra fe.

Pero también sé que el progreso humano no se puede negar. No hay necesidad de que el desarrollo y la tradición se contradigan. Países como Japón y Corea del Sur lograron el crecimiento de su economía y a la vez mantuvieron culturas singulares. Ése también es el caso del asombroso progreso dentro de países de mayoría musulmana desde Kuala Lumpur hasta Dubai. En la antigüedad y en nuestros tiempos, comunidades musulmanas han estado a la vanguardia de la innovación y la educación.

Esto es importante porque ninguna estrategia de desarrollo se puede basar solamente en lo que sale de la tierra, ni se puede sostener mientras los jóvenes están desempleados. Muchos países del golfo han gozado de enorme riqueza como consecuencia del petróleo, y algunos están comenzando a concentrarse en un desarrollo más extenso. Pero todos nosotros debemos reconocer que la educación e innovación serán la moneda del siglo XXI, y en demasiadas comunidades musulmanas se mantiene una inversión inadecuada en estas areas. Estoy poniendo énfasis en semejantes inversiones dentro de mi país. Y aunque Estados Unidos en el pasado se ha concentrado en el petróleo y gas en esta región del mundo, ahora buscamos una relación más amplia.

Con respecto a la educación, ampliaremos los programas de intercambio y aumentaremos las becas, como la que llevó a mi padre a Estados Unidos, y a la vez alentaremos a más estadounidenses a estudiar en comunidades musulmanas. Y encontraremos becas en Estados Unidos apropiadas para estudiantes musulmanes prometedores; invertiremos en la enseñanza por Internet para maestros y niños de todo el mundo, y crearemos una nueva red de Internet, de manera que un adolescente en Kansas se pueda comunicar instantáneamente con un adolescente en El Cairo.

Con respecto al desarrollo económico, crearemos un nuevo cuerpo de empresarios voluntarios para contactarlos con colegas en países de mayoría musulmana. Y presidiré una Cumbre sobre Iniciativa Empresarial este año para identificar formas de afianzar vínculos entre líderes empresariales, fundaciones y empresarios sociales en Estados Unidos y las comunidades musulmanas alrededor del mundo.

En cuanto a ciencia y tecnología, crearemos un nuevo fondo para apoyar el desarrollo tecnológico en los países de mayoría musulmana, y para ayudar a transferir ideas al mercado de manera que puedan generar empleos. Abriremos centros de excelencia científica en África, el Oriente Medio y el sudeste asiático, y nombraremos a nuevos delegados de ciencias para que colaboren en programas que desarrollen nuevas fuentes de energía, generen empleos verdes, digitalicen archivos, purifiquen el agua y produzcan nuevos cultivos.

Y hoy estoy anunciando una nueva campaña global con la Organización de la Conferencia Islámica para erradicar la poliomielitis y expandiremos sociedades con comunidades musulmanas a fin de promover la salud infantil y materna.

Todas estas cosas se deben hacer conjuntamente. Los estadounidenses están listos para unirse a ciudadanos y gobiernos; organizaciones comunitarias, líderes religiosos y empresas en comunidades musulmanas alrededor del mundo para ayudar a nuestra gente lograr una vida mejor.

No será fácil abordar los asuntos que he mencionado. Pero tenemos la responsabilidad de unirnos para beneficio del mundo que queremos hacer realidad: un mundo donde los extremistas ya no amenacen a nuestros pueblos y los soldados estadounidenses puedan regresar a casa; un mundo donde tanto israelíes como palestinos tengan seguridad en un estado propio, y la energía nuclear se use para fines pacíficos; un mundo donde los gobiernos estén al servicio de sus ciudadanos y se respeten los derechos de todos los hijos de Dios. Esos son intereses mutuos. Ése es el mundo que queremos. Pero sólo lo podemos lograr juntos.

Sé que hay muchos, musulmanes y no-musulmanes, que cuestionan si podemos lograr este nuevo comienzo. Hay quienes están ansiosos por avivar las llamas de la división e impedir el progreso. Hay quienes sugieren que no vale la pena; alegan que estamos destinados a discrepar y las civilizaciones están condenadas a tener conflictos. El escepticismo embarga a muchos más. Hay tanto temor, tanta desconfianza. Pero si optamos por ser prisioneros del pasado, entonces nunca avanzaremos.

Todos nosotros compartimos este mundo sólo por un breve periodo. El asunto es si vamos a pasar este tiempo centrados en lo que nos separa o si nos comprometeremos a realizar un esfuerzo –un esfuerzo sostenido– con el fin de encontrar terreno común, de concentrarnos en el futuro que queremos para nuestros hijos y de respetar la dignidad de todos los seres humanos.

Es más fácil comenzar guerras que llevarlas a su fin. Es más fácil culpar a otros que mirar hacia adentro, ver las diferencias en los demás que las semejanzas. Pero debemos escoger el camino correcto, no el camino fácil. También hay una regla central en toda religión: Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado. Esta verdad trasciende naciones y pueblos, y no es una convicción nueva; no es negra ni blanca ni morena; no es cristiana ni musulmana ni judía. Es una creencia que latía en los orígenes de la civilización y que aún late en el corazón de miles de millones. Es la fe en los demás, y es lo que me trajo hoy aquí.

Tenemos el poder de crear el mundo que queremos, pero sólo si tenemos la valentía de crear un nuevo comienzo, teniendo en mente lo que está escrito.

El Sagrado Corán nos dice, “O humanidad! Los hemos creado hombres y mujeres, y los hemos agrupado en naciones y tribus con tal de que se conozcan el uno al otro”.

El Talmud nos dice: “Todo el Tora tiene como propósito promover la paz”.

La Santa Biblia nos dice, “Benditos los que promueven la paz; ellos se llamarán hijos de Dios”.

Los pueblos del mundo pueden vivir juntos y en paz. Sabemos que ésa es la visión de Dios. Ahora, ésa debe ser nuestra labor aquí en la Tierra. Gracias. Y que la paz de Dios esté con ustedes.

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martes, 2 de junio de 2009

Mala política y narco política: causa y efecto


Si se prueba como cierta la información proporcionada en los últimos días por la Procuraduría General de la República en el sentido de que una organización criminal, cuyo principal centro de operaciones es el estado de Michoacán, contaba –o cuenta– con una estrategia claramente definida para influir en el proceso electoral federal que se avecina y hacerse de posiciones políticas, el gobierno mexicano se estaría enfrentando a una amenaza cuyos riesgos potenciales son inmensos y deben ser tomados en cuenta por el bien de la Nación.

Atrás han quedado aquellos años en los que nuestras autoridades pensaban ingenuamente que los cárteles mexicanos eran una unión más de delincuentes comunes cuya única preocupación era traficar droga hacia los Estados Unidos, acumular dinero y eliminarse unos a otros. Aún recuerdo las palabras de un funcionario federal de hace no más de dos años, que pasmado declaraba que “sospechaban” que los narcotraficantes contaban con una “conciencia” política.

También se ve muy lejano el eterno pretexto gubernamental de que las múltiples ejecuciones sólo eran ajustes entre bandas rivales, lo que durante mucho tiempo permitió al gobierno caminar con comodidad entre los miles de cadáveres que el crimen organizado dejaba a su paso.

Esta doble concepción que, por un lado, subestimaba las capacidades y alcances de los grupos delictivos y, por el otro, consideraba que las guerras entre cárteles no afectaban a la población en general ni a las instituciones públicas, acabó por revertirse en contra del Estado mexicano, que no alcanzó a entender la verdadera fuerza de su adversario ni a ejercitar la necesaria autocrítica para reconocer sus propias debilidades.

Hoy está claro que las poderosas organizaciones delictivas cuentan con una estrategia mucho más refinada y que no son simples gatilleros queriendo conquistar territorios para realizar sus actividades.

No sólo porque se han especializado, tecnificado y diversificado –actualmente además del narcotráfico participan en las más diversas actividades lícitas e ilícitas, tales como el secuestro, la extorsión, el tráfico de personas; la trata de blancas, el robo de combustible a Pemex o el tradicional lavado de dinero–, sino porque es evidente que han entendido que la mejor manera de proteger su “nicho de mercado” es controlando el elemento más importante y crucial para el buen desempeño de su actividad: la protección de la autoridad.

Por utilizar un concepto empresarial, nos estaríamos enfrentando a lo que en las escuelas de negocios se conoce como integración “vertical” hacia atrás, que no es otra cosa que el proceso por el cual una organización decide hacerse con el control de uno de los insumos que requiere para producir el bien o servicio que ofrece al mercado. Justamente lo mismo que en la economía legal hace el empresario dedicado a producir quesos, cuando opta por comprar las vacas en lugar de comprar la leche.

No se trata, evidentemente, de una vocación por el servicio público o de un espíritu altruista, sino de una estrategia perfectamente bien pensada para poder adquirir mayor poder en el mercado de lo prohibido que, insisto, va mucho más allá del trasiego de estupefacientes. El control del poder político –o de una parte significativa del mismo– proporciona a aquella organización delictiva que lo posea una ventaja competitiva difícilmente superable por sus competidores.

Si bien se podría pensar que la culpa de esta situación la tienen precisamente los delincuentes, nada está más lejano de la realidad. Ellos cumplen con su cometido y misión de delinquir, mientras las autoridades no cumplen el propio de impedir que lo consigan.

Aunque sería el camino más fácil atribuir la culpa a los señores de la droga y a su gran capacidad corruptora, la verdad es que las mafias han encontrado en las debilidades del sistema político mexicano y de sus principales actores, los partidos políticos, una excelente oportunidad para incursionar y hacerse fuertes.

Y es que en nuestro país la participación política es mayoritariamente convencional. Los ciudadanos participamos en política primordialmente a través del ejercicio del voto o excepcionalmente –el 7% aproximadamente– mediante la militancia en algún partido político. No lo hacemos mediante lo que se conoce como participación política no convencional, que incluye –entre otras cosas– a las manifestaciones públicas, a la membresía en organizaciones de la sociedad civil o al apoyo de causas sociales concretas.

Dicho lo anterior es fácil intuir que los partidos políticos detentan el monopolio de la participación política de la sociedad mexicana. Si no es a través de ellos, es prácticamente imposible encontrar un camino efectivo para participar en las decisiones que nos afectan.

Los partidos políticos y los grupos que los controlan no han escatimado esfuerzos para mantener su posición de privilegio. Al interior de los institutos políticos se mira con sospecha a aquellos militantes que no caminan al son de sus dirigencias; al exterior, se tacha de subversivo cualquier movimiento social que no dependa de los partidos –recordemos las críticas que llovieron a la marcha contra la inseguridad de agosto de 2008–.

Así las cosas, como la gran mayoría de los monopolios, el de la participación política se ha vuelto cada vez menos eficiente para lograr su cometido –representatividad y gobernabilidad, por ejemplo– y ha provocado que los ciudadanos nos alejemos cada vez más de la política y perdamos gradualmente la credibilidad en nuestras instituciones.

No se trata de meras especulaciones. Basta con leer la recientemente difundida Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas 2008, según la cual sólo la mitad de los mexicanos cree que México vive en una democracia, el 60 por ciento tiene poco o nada de interés en la política y el 72% tiene poca o nada confianza en los partidos políticos.

Es en este escenario de desgaste institucional y rompimiento entre partidos y ciudadanía que el crimen organizado incursiona en la política mexicana.

En su afán de partidizarlo todo, los partidos políticos han debilitado el capital social y los mecanismos de participación ciudadana. Sin percatarse de que su vínculo real con la sociedad y no las pírricas victorias electorales era la mejor garantía para mantenerse en el poder de forma legal y legítima, hoy se encuentran solos intentando protegerse del abordaje de la narco política.

Ojalá y tengan suerte.
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