lunes, 18 de febrero de 2008

Las elecciones de lo inmediato


Aunque personalmente no comparto su opinión, según los expertos en mercadotecnia política el mayor tesoro de un candidato a un cargo de elección popular es la promesa de campaña.

Gracias a ella, los candidatos pueden transmitir a un electorado cada vez más diferenciado y alejado de la política la oferta electoral que teóricamente traducirán en acciones en caso de verse favorecidos con el voto.

Los ciudadanos, por su parte, están en posibilidad de votar a los candidatos cuya promesa electoral más les convenza o por aquellos cuyos antecedentes personales o partidistas permitan prever que cumplirán al menos una parte importante de lo que han prometido.

Los problemas surgen cuando, una vez electos, quienes solicitaron y obtuvieron el voto popular se percatan de su incapacidad para cumplir aquello a lo que se comprometieron –en el mejor de los casos debido a la falta de recursos; en el peor, porque simple y sencillamente mintieron –, o de algo que considero más grave aún: la superficialidad y bajo impacto de sus propuestas.


Es en este momento en el que la innegable fuerza de la promesa de campaña se revierte en contra de aquel que la realizó, del propio sistema político y de la sociedad en su conjunto.

Con la intención de no pagar los costos electorales de la falta de propuestas o los costos políticos del incumplimiento de las mismas, los candidatos y sus partidos optan por construir una oferta electoral endeble, con una visión de largo plazo nula o casi nula.

En el ánimo de obtener el mayor número de votos se sacrifica el porvenir y se dejan de lado las propuestas de largo alcance que tanto se requieren.

El pragmatismo de lo inmediato triunfa sobre la visión de futuro.

La búsqueda del interés general cede su lugar a la satisfacción de intereses particulares e incluso de clientelas políticas, anulando así la posibilidad de construir un mejor mañana.

Es cierto que en un contexto democrático liberal tampoco sería correcto ni legítimo sacrificar a las generaciones presentes, que votan, en pos de las que aún no existen y no lo hacen.

Lo que es un hecho es que mucho debe preocupar que la suma de las promesas de lo inmediato, en lugar de plantear un futuro más sólido, lo comprometan e hipotequen.

De algo similar han sido acusados los dos partidos políticos más importantes de España en las últimas semanas.

El 9 de marzo próximo habrá elecciones generales. El parlamento español se renovará en su totalidad.


Dado que este país es una democracia parlamentaria, el dirigente del partido político que logre contar con la mitad más uno de los escaños en el Congreso de los Diputados será el próximo presidente de España.

Es por ello que los dos principales institutos políticos, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español se han apresurado a lanzar al electorado sus promesas de campaña.

Ya se ven por Madrid y por todo el país espectaculares con las fotografías de José Luis Rodríguez Zapatero del PSOE, quien busca la reelección; así como de Mariano Rajoy del PP, que busca la revancha de las elecciones de hace cuatro años, que estuvieron marcadas por los atentados de Atocha, que sólo tres días antes habían conmocionado a España y al mundo.

A pesar de que en teoría la campaña electoral inicia hasta el 22 de febrero – sólo duran tres semanas – los medios de comunicación están saturados de cortes de listones por toda la península y de noticias relacionadas con las próximas elecciones.

Con singular soltura, si Mariano Rajoy propone pasar de 140 a 160 mil efectivos de policía y guardia civil, casi inmediatamente Rodríguez Zapatero incrementa la oferta a 180 mil.

Si el PSOE propone ampliar a más de un millón de familias la ayuda anual de 500 euros por cada hijo menor de 3 años y de 300 euros por cada menor de 18 años, el PP hace lo propio, planteando una rebaja general de impuestos o atención buco dental gratuita a los menores de 18 y mayores de 65.

La frase de Julián Álvarez, candidato a la Junta de Andalucía por la minoritaria Coalición Andalucista, definió correctamente la situación como una “subasta de dinero”.


No olvidemos que actualmente las finanzas españolas se encuentran en un periodo de auge. Al estado español le sobran cerca de 30 mil millones de euros cada año – casi la mitad de la deuda externa de México –, así que los partidos se han apresurado a encontrar la forma de gastarlo.

La imaginación y altruismo de los aspirantes se ha visto altamente estimulada en los últimos días.

Las cifras de la encuesta realizada por el prestigiado Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dadas a conocer esta semana, otorgan al PSOE un 40.2% de los votos, contra un 38.7% del PP; prácticamente un empate técnico.

Incluso el Partido Popular, que había aplazado su decisión, ha aceptado participar en los dos debates televisivos que se llevarán a cabo el 25 de febrero y el 3 marzo siguientes.

Por cierto, hablando de televisión, muy criticado fue el actuar del presidente José Luis Rodríguez Zapatero durante la entrevista que le realizó el respetado periodista Iñaki Gabilondo.

Terminada la entrevista, Zapatero no se percató que aún le gravaban, olvidando aquella primera regla de cualquier curso básico de técnicas de comunicación que indica que, salvo muy contadas excepciones, no hay micrófonos apagados.

Cuando su entrevistador le preguntó “en corto” cómo iban las cosas, el líder del PSOE se apresuró a responder: “Bien… sin problemas, lo que pasa es que lo que nos conviene es que haya tensión”.

En un país en el que la “tensión” política se ha llegado a manifestar no pocas veces mediante un atentado con bomba, es evidente que la desafortunada frase causó gran polémica, pues se acusó a Rodríguez Zapatero de generar intencionadamente un ambiente de crispación y polarización política.

El resultado está a la vista y se ve reflejado en la propia encuesta del Centro de Investigaciones Sociales.

Cuando se preguntó a los más de 18 mil encuestados qué tanto valoraban la política su respuesta fue: Mucho 5.6%, bastante 23.9%, poco 38.7% y nada 31.0%.

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lunes, 11 de febrero de 2008

Manifestarse ¿Por qué no?


El pasado lunes 4 de febrero tuve el gusto de acudir por primera vez a una manifestación popular.


Días antes, mi compañero del postgrado, el colombiano Manuel Augusto Calderón, se había encargado de convocar a todos los miembros de la clase al evento.


El objetivo era repudiar la violencia que el grupo terrorista denominado Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) ejerce en contra de la población de su país.


La movilización sería una de las más de ciento treinta que el mismo día se llevarían a cabo en igual número de ciudades de todo el mundo.


Tal como se lo comenté a Manuel, cuando amablemente me extendió la invitación, a pesar de haber estado presente en un sinnúmero de eventos políticos o partidistas, en ninguna ocasión había acudido a un acto de la naturaleza del que me invitaba.


En realidad nunca había reparado en lo anterior. No porque en México no existieran suficientes razones como para manifestarse, sencillamente porque ni había sido invitado a algo similar, ni había pasado por mi mente hacerlo. Quizá no tenía el “chip de la manifestación”, pensé.


Así las cosas, el día indicado acudí al centro de la ciudad junto con mis compañeros y un grupo de amigos mexicanos, que por esas fechas se encontraban en Madrid y extrañados habían aceptado mi invitación a manifestarnos, no sin antes someterme a un intenso interrogatorio que intentaba descubrir las razones “ocultas” detrás de mi inusual convocatoria.


La sorpresa de mis invitados estaba plenamente justificada. A pesar de que los artículos sexto y noveno de la constitución garantizan la posibilidad de manifestar nuestras ideas y de reunirnos pacíficamente para hacerlo, la mayoría de los mexicanos nunca lo hemos hecho. Quizá el ejercicio pleno de nuestros derechos siga la misma lógica de la frase “músculo que no se usa, se atrofia”, dijo uno de los convidados.


Pasadas las dieciocho horas y con pancarta en mano –la consigna era “Sí a la libertad, sí a la verdad, sí a la vida, Colombia sin FARC”–, el heterogéneo grupo de latinoamericanos que conformábamos llegó a la famosa Plaza Mayor de Madrid.


Fuimos recibidos por un Manuel emocionado de saberse apoyado por aquellos a quienes conocía apenas hace tres meses.


Su causa, nuestra causa, era la de millones de colombianos que en todo el mundo lograban congregar a multitud de ciudadanos libres alrededor del rechazo a un grupo que en pleno siglo XXI mantiene secuestradas en la oscuridad a más de 750 personas.
Muchos nombres se suman a los internacionalmente conocidos, como el de la ex candidata a la vicepresidencia de Colombia, Ingrid Betancourt, cuya liberación ha sido asumida como un reto personal por el Presidente de Francia Nicolás Sarkozy.


Integran la lista de secuestrados profesionistas, empresarios, trabajadores y políticos; mujeres, hombres, niñas y niños nacidas en cautiverio; todos ellos hermanos, hijos, madres, padres o esposos amados y esperados con fervor en sus respectivos hogares.


Mientras se llevaba a cabo el evento, que en Madrid congregó a más de dos mil personas, Manuel Calderón –que en su país trabajó para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, me explicaba que la organización mundial de la marcha tuvo que sortear muchos contratiempos.


–Casi todos los partidos políticos colombianos buscaron condenar o adjudicarse la paternidad del movimiento, que en realidad surgió y se organizó a través de internet–, me explicó.


Quizá sea ésta una de las razones por las que este tipo de expresiones no se encuentran arraigadas con firmeza en todos los países de Latinoamérica.


Es extremadamente difícil pensar en una manifestación que no tenga tras de sí a un partido político. La gran mayoría de los ciudadanos, principalmente los más jóvenes, a pesar de votarlo no militan en uno, por lo que optan por no participar, a pesar de tener una posición clara sobre un problema en particular.


En Europa la situación es diferente. La que se denomina como participación política no convencional –que incluye, entre otras, a las manifestaciones públicas pacíficas– es tan importante como la convencional, cuya máxima expresión es el ejercicio del derecho al voto.


En España, por ejemplo, según cifras del Centro de Investigaciones Sociológicas –organismo del Estado español responsable de realizar encuestas y otros tipos de estudios de opinión–, los menores de 35 años tienden a elegir la protesta como principal medio de participación política y sólo el 7% ha asistido a una reunión política o a un mitin.


“El verdadero enemigo es la indiferencia”, decía a un periodista de CNN un emocionado joven colombiano que se había enterado del evento a través de internet.
Una frase del Coronel Luis Mendeta, secuestrado desde hace 9 años, otorgaba razón de ser a la marcha: "No es el dolor físico el que me detiene, ni las cadenas en mi cuello lo que me atormenta, sino la agonía mental, la maldad del malo y la indiferencia del bueno".


No pude evitarlo. Mi casi enfermiza obsesión por trasladar todo al terreno de México, me llevó inevitablemente a las dantescas imágenes, ya cotidianas en nuestro país, de aquellos que caen bajo el fuego de los “cuernos de chivo” que blanden los señores de la muerte del narcotráfico.


Me pregunto: ¿Nos estaremos acostumbrando?


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domingo, 3 de febrero de 2008

El tesoro de Capa en México


Robert Capa es considerado el fotógrafo de guerra más famoso del Siglo XX.


Son memorables sus fotografías del desembarco aliado en Normandía, el 6 de junio de 1944; o “Muerte de un miliciano”, en la que un soldado republicano de la guerra civil española cae inerte en el momento justo en el que es captada la gráfica.


Su frase: “Si tu foto no es bastante buena, es que no estabas lo suficientemente cerca”, define la esencia y razón de ser de los reporteros gráficos.


Confieso que poco o nada sabía del célebre Capa hasta hace pocos días, cuando su nombre acaparó los titulares de los medios de comunicación españoles.


La noticia: el descubrimiento de tres cajas, consideradas perdidas por los historiadores, que contenían negativos de los fotoperiodistas Gerda Taro, David Seymour y Robert Capa.


De acuerdo con el diario The New York Times, el descubrimiento fue definido por Brian Wallis, director del Centro Internacional de Fotografía de esa ciudad estadounidense, como “el Santo Grial de la fotografía”.


La noticia no es menos importante para España. Las tres cajas contienen imágenes de incalculable valor para la reconstrucción histórica de la guerra civil española.


La posibilidad de encontrar información que se consideraba perdida fascina a historiadores y fotógrafos de todo el mundo.


A la ya de por sí impresionante noticia, se suma un hecho que fortalece aún más mi convicción personal de que los vínculos entre nuestro país y el lugar que hoy me acoge junto con mi familia son inagotables: los tres maletines fueron encontrados en México.


Resulta que Capa –su nombre real era Endre Fiedman–, después de haber estado en España entre 1936 y 1939, se encontraba en Francia, de donde tuvo que huir rumbo a Estados Unidos ante la inminente llegada del ejercito nazi; dejando tras de sí los negativos que hoy se conocen como “la maleta mexicana”.


Mucho debe haber dolido al joven fotógrafo –que en ese entonces contaba apenas con veintiséis años– abandonar el material.


Además de las imágenes que retrataban la guerra civil española, a la que siempre consideró la más cruel de todas las que le toco vivir, las cajas contenían diversas fotografías personales realizadas por Capa a Gerda Taro –cuyo verdadero nombre era Gerta Pohorylle–, periodista gráfica y compañera sentimental muerta a los veintiséis en Madrid en 1937.


De alguna manera, en 1940 las cajas con los negativos llegaron a manos del general Francisco Javier Aguilar González, quien entonces era parte del cuerpo diplomático mexicano destacado en Francia.


En aquel entonces nuestros diplomáticos se las ingeniaban para cumplir la instrucción del Presidente Lázaro Cárdenas de dar asilo a los refugiados españoles, cuya estancia en España significaba una muerte segura bajo el fúsil de las tropas franquistas.


De hecho David Seymour –sobrenombrado “Chim”, muerto en 1956 durante la crisis del Suez por soldados egipcios–, tercer fotoperiodista con material en la “maleta mexicana”, viajo con posterioridad a México para cubrir el desembarco de los refugiados españoles.


También lo hizo Capa. No se sabe si en nuestro país buscaron su tesoro. Al parecer lo daban por perdido.


El caso es que el General Aguilar –quien, según cuenta su familia, luchó al lado de Pancho Villa y era un excelente jinete que en alguna ocasión domó un caballo para la hija del Emperador Hirohito del Japón–, mandó el material a México, en donde pasó desapercibido durante muchos años.


Después de la muerte de Aguilar, sus familiares conservaron las cajas sin saber a ciencia cierta el valor de su contenido. Al percatarse del mismo, contactaron a la curadora de arte y cineasta residente en México Trisha Ziff.


Ziff –casada un fotógrafo que siendo muy niño se exilió de España rumbo a México–, consciente de lo que significaban los 127 rollos y 3,000 negativos que tenía ante sí inició, con la aprobación de la familia del general Aguilar, las gestiones para devolverlos a sus legítimos dueños.


Cuando en 1947 Capa y Chim fundaron la agencia de fotoperiodismo “Mágnum”, bajo la premisa de que un fotógrafo no era nadie si no era el dueño de sus negativos, adelantando el concepto del Copyright, no contemplaron que sus herederos pudieran bajo ese principio recuperar las maletas que creían extraviadas para siempre en Francia.


Seguramente tampoco imaginaron el extraordinario papel que jugaría México en la recuperación de un material que se convirtió en un exiliado más de la guerra civil española.


En una entrevista concedida al Periodico de Catalunya la propia Ziff –que voló a Nueva York junto con su pequeño hijo para entregar la “maleta mexicana” al hermano de Capa–, deja claro el verdadero fondo de esta peliculesca historia: “Para mí era muy simbólico que el hijo de un exiliado español entregara los negativos. México siempre abrió sus puertas a los refugiados, les dio un espacio de protección, por eso los negativos terminaron allí.”


Finalmente, Robert Capa, el periodista gráfico originario de Hungría que conquistó a la actriz Ingrid Bergman, que bebió, conoció o fue amigo de García Lorca, Hemingway, Picasso y Steinbeck, murió el 25 de mayo de 1954 en Thai Binh, Indochina –hoy Vietnam– al pisar una mina que explotó cuando cubría para la revista “Life” una guerra que apenas comenzaba.


Cincuenta y tres años después de su muerte, el tesoro perdido de Capa y de los españoles, es recuperado gracias a un general que combatió al lado de Pancho Villa, cuyo país, nuestro país, puede enorgullecerse de poder mirar de frente y con dignidad a un mundo cada vez más insensible y acostumbrado a que imágenes, como las captadas por los tres jóvenes fotógrafos que dieron la vida por aquello que amaban, se repitan día con día.

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