domingo, 16 de diciembre de 2007

La Unión Europea: el factor clave


Hace algunos días, aprovechando el feriado con motivo de la celebración de los veintinueve años de la Constitución española, tuvimos la oportunidad de visitar la ciudad de Lisboa. Cerca de seiscientos cincuenta kilómetros por carretera la separan de Madrid.

No intentaré describir los detalles del viaje, y me limitaré exclusivamente a reflexionar en torno a un hecho histórico que, coincidentemente, se suscitó pocos días después en la misma ciudad que visitamos y en los efectos prácticos que este acontecimiento tiene en algo tan simple como el paseo de “puente” que realicé con mi familia.

Pero, ¿qué relación puede tener el pequeño viaje de un grupo de mexicanos con el suceso que a continuación comentaré? Mucha, si consideramos que el trayecto lo hicimos en una autopista prácticamente nueva; que, sin siquiera percatarnos, cruzamos la frontera entre dos naciones; y que al llegar a Portugal no fue necesario utilizar una moneda distinta a la que utilizamos en España.

En efecto, el 13 de diciembre – días después de nuestro regreso –, los representantes de los veintisiete países que integran la Unión Europea firmaron en la capital portuguesa el tratado que regirá sus destinos en las siguientes décadas.

El Tratado de Lisboa es el último de muchos y difíciles pasos que se han dado a lo largo de cincuenta y siete años para consolidar la integración de Europa. Es también la respuesta a la fracasada “Constitución Europea”, cuyo rechazo en Francia y Holanda caló hondo entre los “europeístas” que en 2005 vieron peligrar sus sueños de integración.

Según palabras del Primer Ministro de Portugal, el acuerdo firmado en el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa – por cierto, sumamente bello –, “vence la parálisis política” en la que entró Europa después de que los franceses y holandeses rechazaran mediante referéndum el proyecto de constitución que en aquel entonces se intentaba implantar.

Son varias las innovaciones que contiene: Un sistema de toma de decisiones más ágil que abandona la necesidad de la unanimidad y elimina la posibilidad de veto individual en 40 áreas, incluidas las de cooperación policial y judicial; una presidencia más fuerte, pues se pasa de un esquema de rotación cada 6 meses a mandatos de dos años y medio; y la creación de un “ministro de exteriores” común.

En pocas palabras: el Tratado de Lisboa crea los elementos de ingeniería institucional que necesita para funcionar una unión que ha incrementado el número de países que la integran y el de temas sobre los cuales tiene injerencia.

El nuevo documento dista mucho de aquel que se considera su principal antecedente, firmado en París el 18 de abril de 1951 por sólo seis países – Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y la República Federal Alemana –, por medio del cual se creaba la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

A partir de entonces, diversos acuerdos han configurado gradualmente lo que hoy conocemos como la Unión Europea. En cada etapa ha habido una constante: los países han depositado en la Unión facultades que hasta entonces sólo ellos ejercían, buscando siempre salvaguardar aquellos elementos que consideran parte de su identidad fundamental. Es por ello que el lema común es “Unidad en la diversidad”.

Ejemplo de lo anterior: el tratado firmado en Maastricht el 7 de febrero de 1992 a través del cual se sentaron las bases de una política exterior y de seguridad común; de una cooperación más estrecha en asuntos de justicia y política interior y, principalmente, de la creación de una unión económica y monetaria, incluida una moneda única: el euro.

La Unión Europea de la actualidad difícilmente podría haber sido imaginada por aquellos políticos de mediados del siglo XX a quienes se considera los “padres de Europa”: Robert Schuman, Konrad Adenauer, Jean Monnet, Alcide De Gasperi y Winston Churchill.

Hoy, en la mayoría de los países de la unión existe una moneda única y, salvo contadas excepciones como armas o explosivos, existe libertad de circulación de personas, capitales, mercancías y profesionales.

Lo anterior explica por qué no fue necesario que realizáramos trámite alguno para cruzar la frontera entre España y Portugal, así como el hecho de utilizar la misma moneda.

Por cierto, físicamente la moneda no es exactamente igual. Una de las caras es común y la otra responde a cada país. En la moneda de un euro de España en esta cara aparece el actual Rey Juan Carlos I, mientras que en Portugal el sello del Rey del siglo XII Alfonso Henriques.

Se cuenta con símbolos comunes, tales como el pasaporte, la bandera y el himno – el último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven –, que por cierto no excluyen a los propios de cada país, salvo el caso del pasaporte.

Se dice que el 60% de las decisiones que afectan a un país europeo se toman en Bruselas o en algún organismo de la Unión. Desde el tipo de calefacción que puede haber en las viviendas hasta cuestiones relacionadas con partidos políticos de una región específica de una nación, la Unión Europea permea todos los ámbitos de la sociedad.

A pesar de no tener una administración propia, sino la de los países que la integran, la Unión Europea cuenta con 40 mil empleados, de los cuales casi la mitad son traductores que tienen como función facilitar la comunicación entre funcionarios de veintisiete países que hablan veintitrés lenguas oficiales.

Pero la Unión Europea va más allá del libre tránsito o la moneda común. Los denominados Fondos Estructurales, cuya finalidad es disminuir las desigualdades entre las naciones integrantes, impulsando y complementando los esfuerzos de las autoridades nacionales, han cambiado el rostro de muchos países.

Es por ello que intentar entender el Portugal y la España de la actualidad fuera del contexto de la Unión Europea y de las repercusiones que ésta ha tenido en todos los aspectos del desarrollo de ambos países y de sus ciudadanos es simplemente imposible.

A través de los Fondos Estructurales y de créditos del Banco Europeo de Inversiones se ha construido una nueva red de autopistas y de ferrocarriles de alta velocidad. Las autopistas A-5 e IP-7 que nos condujeron a Lisboa fueron financiadas en gran medida por medio de estos mecanismos.

Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas. Existen múltiples temas que generan un amplio debate.

Poco o nada gusta al gobierno español que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, le impida embargar las “Herriko Tabernas” – supuestos lugares de reunión de la izquierda nacionalista vasca – hasta que no demuestre claramente que sus propietarios son en realidad prestanombres del ilegalizado partido Herri Batasuna, ligado a la organización terrorista vasca ETA.

Los propios Fondos Estructurales son objeto de una amplia discusión. Durante muchos años, los ciudadanos alemanes o franceses tuvieron que cubrir el costo de fondos cuyo destino era España, Portugal o Grecia, dado que era necesario equilibrar las débiles infraestructuras con las que en ese entonces contaban estos países con las robustas carreteras o vías ferroviarias alemanas o francesas.

Actualmente, España ampliamente favorecido durante muchos años con estos fondos, dejará de ser receptor de recursos y deberá utilizar parte de su presupuesto para apoyar los proyectos que se llevarán a cabo en las naciones recientemente integradas a la Unión Europea, tales como Chipre, Rumania o Lituania.

Es así como, mediante un esfuerzo político coordinado en el que han participado diversos hombres y mujeres de generaciones diferentes, Europa pasó de un tratado con fines meramente comerciales a una unión con una visión de largo alcance, cuyos resultados de corto y mediano plazo empiezan a rendir frutos tangibles en la vida cotidiana de sus ciudadanos, luego de más de cincuenta años.

Me viene a la mente la frase de Don Adolfo Ruiz Cortines, Presidente de México de 1952 a 1958, en relación con la necesidad de emprender acciones con visión de futuro aunque estas no necesariamente impliquen beneficios de corto plazo: “No siembro para mi, siembro para México”.

1 comentario:

  1. Listado de países que integran la Unión Europea (27): Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria; Chipre, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia, España; Estonia, Finlandia, Francia, Grecia; Hungría, Irlanda, Italia, Letonia; Lituania, Luxemburgo, Malta, Países Bajos; Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa; Rumanía, Suecia.
    Países candidatos (3): Macedonia, Croacia y Turquía,
    Otros países de Europa no pertenecientes a la Unión Europea (19): Albania, Andorra, Armenia, Azerbaiyán; Bielorrusia, Bosnia y Herzegovina, Estado de la Ciudad del Vaticano; Georgia, Islandia, Liechtenstein, Moldova; Mónaco, Montenegro, Noruega, Rusia; San Marino, Serbia, Suiza, Ucrania.

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