lunes, 19 de mayo de 2008

ETA mata de nuevo y los españoles no callan


A las 2:57 de la madrugada del pasado miércoles catorce de mayo 100 kilogramos de explosivos estallaban a las afueras de la casa cuartel de la guardia civil – denominación de la policía nacional española – en la localidad de Legutiano, Álava, al norte de España.

El agente Juan Manuel Piñuel Villalón, que se encontraba en una caseta de vigilancia, perdió la vida en el momento en el que informaba de la presencia de un vehículo sospechoso en la carretera colindante con el edificio en el que dormían una treintena de personas, incluidos cinco niños.

La familia de Juan Manuel – su esposa María Victoria Campos y su pequeño hijo de cinco años – vivían en la sureña ciudad de Málaga, a donde el agente esperaba ser destacado gracias al hecho de haberse ofrecido voluntariamente para ser trasladado al noreste del país, zona de influencia de la banda terrorista de ideología marxista-leninista ETA.

Teniendo como bandera política la independencia de Euskal Herria – territorio que según los nacionalistas abarca una pequeña porción de España y del sudoeste de Francia –, desde 1968 Euskadi Ta Askatasuna, que en castellano significa País Vasco y Libertad, ha asesinado a 834 personas, de las cuales 204 eran guardias civiles. Un promedio de más de 20 personas anuales.

De hecho el próximo siete de junio se cumplen cuarenta años del atentado que costó la vida al también guardia civil José Jardines Arcay, que fue el primero cuya autoría fue reivindicada por los etakideak.

En 1968, durante la dictadura franquista, el apoyo social a ETA era una realidad. Cuatro décadas después, según lo constata el Euskabarómetro – estudio de opinión que realiza la Universidad del País Vasco – el respaldo a los terroristas no llega al 1% de la población vasca.

Desde la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia en 2004, han sido seis las víctimas mortales de los etarras.

A pesar de que el sentimiento nacionalista en el País Vasco aún está latente, en los últimos años los terroristas han perdido estructura, capacidad de maniobra y apoyo social y financiero.

Han dejado de ser una opción viable para canalizar el sentir del pueblo vasco, que condenó mayoritariamente el atentado y ha optado por los canales institucionales y democráticos para alcanzar sus anhelos políticos.

Existen muchas razones para explicar el debilitamiento – que no aniquilamiento – de ETA. La principal de ellas es la movilización social en su contra.

He tenido la oportunidad de constatarlo en las cuatro ocasiones en las que la organización ha matado desde que vivo en España.

Cada asesinato es seguido de múltiples actos de repudio en la mayoría de los rincones del país.

Los españoles no dudan en salir a la calle para demostrar a los delincuentes su rechazo a este tipo de acciones.

La apatía es el mejor aliado de aquellos que desean sembrar el terror y los ciudadanos de a pie lo saben perfectamente.

Es por ello que al siguiente día del asesinato del guardia civil Juan Manuel Piñuel en la mayoría de los ayuntamientos españoles hubo actos oficiales de condena en los que la población se sumó a las autoridades.

A nivel nacional, los adversarios políticos hicieron un solo bloque para decirle a ETA que en lo referente a su destrucción trabajarán en un solo sentido.

No tiene la menor importancia si la víctima en turno es el más sencillo de los servidores públicos – como lo era Piñuel – o un alto funcionario del Estado español.
Lo fundamental es evitar a cualquier costo que lo anormal se convierta en normal; que lo que hoy ocupa las primeras planas, mañana deje de ser noticia.

El asunto es que un guardia civil murió en cumplimiento de su deber y ello lo hace merecedor de los máximos honores, pues atentar en contra de aquellos que defienden a la nación es hacerlo en contra del pueblo que forma parte esencial de la misma.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el terrorismo es la dominación por el terror o la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundirlo.

En su propia definición está la única forma de derrotar a los terroristas y es demostrarles que cada vida que cieguen vale la movilización de todo un país y que sus habitantes no les temen, menos aún viven aterrorizados por ellos.

Ese es el motivo por el cual los parlamentarios, los miembros del gobierno, los sindicatos, la monarquía, los empresarios y la sociedad civil; se convirtieron todos en la expresión de la nación española.

Los representantes de los partidos políticos dejaron de ser populares o socialistas para pasar a ser simples demócratas.

Acompañaron a su familia y le dieron al guardia muerto los honores que merece aquel que pierde la vida defendiéndolos a todos.

Pero el mejor homenaje, fuera de los reflectores de la política, se lo dieron las decenas de miles de españoles que en pueblos y ciudades le recordaron con minutos de silencio.

El terror que busca infundir ETA se revierte en su contra y hace cada vez más pesada la losa que carga la organización criminal que queriendo dominar a una nación a través del miedo, ha acabado convirtiéndose en el principal factor de unidad de un pueblo que entiende – al menos en este tema – el significado del “pecado de omisión”.

María, esposa de Juan Manuel, poco después de despedirse de su “Manolo” en un cementerio malagueño, definió con claridad a quienes acabaron con su vida: “No sois nadie, sólo basura, un punto negro en la limpieza de un gran país”.

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