domingo, 6 de abril de 2008

Unión Europea: cambiando de aires


Los Estados Unidos de América están en franca recesión.

Salvo el presidente Bush y uno que otro despistado Ministro de Hacienda, la gran mayoría de analistas, instituciones financieras y, principalmente, ciudadanos de a pie están de acuerdo en el hecho de que la nación más poderosa del mundo está en crisis.

Como consecuencia lógica, la confianza de los consumidores va a la baja, no sólo en Norteamérica sino en Europa.

En España, por ejemplo, los últimos datos del Indicador de confianza del Consumidor son malos, como lo son los cálculos del Fondo Monetario Internacional, que estima que el precio de la vivienda bajará en este país en un veinte por ciento.

En un escenario global ciertamente pesimista, inevitablemente surge la pregunta – pocas veces contestada con seriedad – ¿Estamos preparados para afrontar una crisis mundial de esta índole?
Sabemos – aunque no tengamos muy claro en qué medida puedan defendernos de la inercia mundial – que nuestras reservas internacionales son numerosas, que el no tan nuestro sistema financiero se ha fortalecido y que las variables fundamentales de la macroeconomía se califican positivamente.

Así las cosas, considero que la pregunta que deberíamos formularnos los mexicanos en estos momentos es: ¿Podemos prepararnos mejor de lo que lo estamos actualmente para afrontar ésta y otras crisis globales que estén por venir?

A esta pregunta, sin dudarlo, respondería que sí e intentaré explicar por qué.

A pesar de lo difícil que resulte creerlo – principalmente para quienes las padecemos o hemos padecido – las crisis pueden dejar cosas buenas.

Una de estas cuestiones positivas no previstas – externalidades, dirían los economistas - es la posibilidad de hacer un alto en el camino y reflexionar en torno a las verdaderas razones por las que la desfavorable situación se ha presentado y a cuál ha sido nuestro propio papel en la misma.
Algunos llaman a este proceso autocrítica.

No se trata, aclaro, de utilizar esta colaboración para hacer una defensa a ultranza del estoicismo del insigne filósofo romano Séneca, ni de dejar ver los primeros esbozos de un libro de autoayuda – genero literario que mucho respeto me merece –, sino simple y sencillamente de tratar de puntualizar una situación que considero de vital importancia: para mejorar el futuro se requiere estar dispuesto a aprender de los errores del pasado.

Y quizá uno de los errores más frecuentes entre los muchos de los cuales tengamos que tomar lección sea el de apostar todos o la gran mayoría de nuestros recursos disponibles – sean estos humanos, materiales, intelectuales o físicos – a un solo escenario o posibilidad de éxito, cuya realización regularmente es incierta.

O lo que es lo mismo: no debemos poner todos los huevos en una sola canasta. Menos aún si se trata de nuestra economía y la “canasta” es un país en situación de crisis como Estados Unidos.

Es por ello que considero que el momento de crisis es propicio para cambiar de “aires” y replantear nuestra estrategia de relaciones comerciales y adaptarla al nuevo contexto de la economía global.

No sólo porque los estadounidenses estén en recesión, sino porque el mundo ha cambiado y con ello lo han hecho los potenciales socios con quienes hacer negocios.

Más aún si, por ejemplo, desde el año 2000 contamos con un tratado de libre comercio con el bloque económico más fuerte del mundo: la Unión Europea; al cual no hemos sacado todo el provecho posible.

Gracias al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, nuestras ventas a Estados Unidos y Canadá se quintuplicaron de 1994 a 2007; pasando de unos 40 mil a más de 220 mil millones de dólares anuales.

Mientras las ventas a nuestros vecinos del norte representan el 85% de nuestras exportaciones, las que hacemos a los europeos significan sólo el 5% – unos 12 mil millones de dólares en 2007 –.
Es decir, por cada dólar que vendemos a Europa, exportamos veinte a Norteamérica.

Para entender la dimensión de la gran oportunidad que no podemos darnos el lujo de dejar ir cabe mencionar que mientras Estados Unidos y Canadá tienen una población en conjunto de 330 millones de personas, los 27 países que integran la Unión Europea cuentan con 500 millones de habitantes.

El tamaño de las economías también nos puede dar una pista. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2007 el Producto Interno Bruto de Estados Unidos y Canadá fue de unos 14.7 billones de dólares, casi exactamente igual al de la Unión Europea en el mismo periodo.

El FMI estima que a partir de 2008 el PIB de la UE será mayor al de América del Norte. Principalmente, si consideramos el hecho de que los últimos 12 países en integrarse a la Unión Europea, en su mayoría de Europa del este, actualmente no contribuyen en mucho al PIB, siendo previsible que sí lo hagan en un futuro próximo.

La lógica de proximidad, sobre la cual justificábamos el hecho de orientar todas nuestras baterías hacia los vecinos del norte gradualmente pierde vigencia y lo hace a nuestro favor y a la vez en nuestra contra.

A favor, porque la sociedad de la información y las comunicaciones, en la que sólo un clic nos separa de un país a miles de kilómetros, nos permite acortar distancias y acercarnos a mercados cuya lejanía geográfica prácticamente se nulifica gracias a un sistema global de intercambio de mercancías.

En contra, porque nuestros socios tradicionales también tienen acceso a este sistema “globalizado”, por lo que es factible que un empresario de El Paso, Texas, adquiera en China, al otro lado del mundo, una mercancía que podría comprar en México, justo al otro lado de la frontera.

Insisto: las crisis pueden servir de algo si estamos dispuestos a realizar autocrítica y aprender con ello de nuestros errores.
….
Entre la infinidad de cosas que nunca imaginamos que sucedieran cuando mi esposa Ana Lilia y yo decidimos venir a vivir a España, una de ellas fue la de tener la oportunidad de representar a México en un tema tan puntual como lo es el del sector empresarial.

Es por ello que el nombramiento como representante ante la Unión Europea que gentilmente hicieran en mi persona los consejeros de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicio y Turismo de la República Mexicana (CONCANACO) en su pasada reunión en el Distrito Federal, mucho me honra y compromete.

Sin lugar a dudas los retos y oportunidades de la relación entre México y la Unión Europea son inmensos. Espero sinceramente poder contribuir con un pequeño pero sentido granito de arena.

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