lunes, 28 de abril de 2008

Goya lo atestiguó: independecia española


Los españoles están de manteles largos.

El próximo dos de mayo celebrarán los doscientos años del inicio de su lucha de independencia.

En 1808 las tropas de Napoleón Bonaparte invadían furtivamente a España.
Costaría a los españoles casi seis años y entre quinientas y ochocientas mil vidas – la inmensa mayoría civiles –, expulsar a las fuerzas napoleónicas de su territorio. Cosa que consiguieron al vencer hasta la batalla de Toulouse del 10 de abril de 1814.

En 1808, el otrora imperio mundial de Felipe II, en el que el sol nunca se ponía, quedaba bajo el control de su vecino francés.

Carlos IV y su hijo Fernando VII de Borbón renunciaban a su imperio y a las colonias que lo componían a favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte, mediante las abdicaciones de Bayona.

El dos de mayo del mismo año, un levantamiento popular en Madrid marcaba el inicio de la larga lucha que los españoles emprenderían para liberarse de la dominación francesa.

En los años que siguieron a 1808, España se convertiría en el campo de batalla en el que los españoles combatirían a los franceses en pos de su independencia.

Incluso el imperio ingles les apoyó, buscando abrir un nuevo frente de guerra que obligara a un Napoleón que se observaba casi invencible a distraer en la península ibérica una parte importante de los valiosos recursos humanos y materiales que requería para consolidar su dominio militar y político en Europa.

La invasión tuvo importantes consecuencias en el continente americano.

En cuanto las noticias llegaron a las colonias en Hispanoamérica se formaron juntas provisionales cuyo propósito era preservar la soberanía hasta que Fernando VII regresara al trono.

Un interesante debate se abrió en la América hispana en torno a la naturaleza de la sujeción de las colonias al imperio español.

¿Se debía lealtad a Fernando VII o al titular, fuese quien fuese, del Reino de España?
En el primer caso se justificaba la oposición a los franceses. En el segundo no, dado que José I había llegado al trono español previa abdicación de Carlos IV y su hijo Fernando VII y, por ende, era el legítimo titular de la corona.

Es en nuestro país en donde surge la primera Junta de América. La instaló el Virrey Iturrigaray a propuesta del Ayuntamiento de la Ciudad de México, el 5 de agosto de 1808.

Pocas semanas después, el 15 de septiembre de 1808, la Junta mexicana y el propio Virrey fueron depuestos por un golpe de Estado de la elite peninsular que apreció –con singular clarividencia – el riesgo que este proceso suponía para sus privilegios coloniales.

Esta fue una de las principales semillas que finalmente desembocaron en el grito de Dolores del 16 de septiembre de 1810, que marca el comienzo de nuestra gesta independentista.

No olvidemos que el movimiento de Miguel Hidalgo y Costilla inicialmente aceptaba la sujeción de la Nueva España a la autoridad del depuesto Fernando VII, en ese entonces sometido por Napoleón Bonaparte.

En sólo tres años esta posición cambió radicalmente. Ya en 1813, durante el Congreso de Chilpancingo, liderado por José María Morelos y Pavón, se planteaba la independencia de la América Mexicana bajo una forma de gobierno republicana.

El artículo primero del documento que resultó de dicho congreso, Sentimientos de la Nación, no deja dudas al respecto, pues a la letra dice: “… la América es libre e independiente de España y de toda otra Nación, Gobierno o Monarquía”.

Finalmente, casi once años y muchos mártires después, el 27 de septiembre de 1821, se consumaba la independencia de México bajo el liderazgo de Agustín de Iturbide, quien con gran destreza había aprovechado para su causa y la de las fuerzas conservadoras de la Nueva España, otro movimiento político que se había presentado en la España metropolitana un año antes.

En 1820 se habían sublevado en contra de Fernando VII los generales que comandaban las tropas que el propio monarca español – quien había recuperado su anhelado trono en 1814 – había concentrado para intentar sofocar los movimientos secesionistas en América.

Los militares rebeldes obligaron al rey a firmar la constitución liberal promulgada por las Cortes de Cádiz en 1812.

Esta constitución y las Cortes que la crearon, surgidas en su tiempo como reacción contra la ocupación francesa, fueron abrogadas y disueltas por Fernando VII cuando en 1814, luego de que los españoles expulsaron a los franceses, éste dio la espalda a los constitucionalistas e inicio una época de restauración absolutista.

Iturbide, que no simpatizaba con el movimiento liberal, lo utilizó como pretexto para movilizar a las diversas fuerzas económicas, políticas, sociales y militares de la Nueva España en torno al consenso necesario para consumar la independencia de nuestro país.

Doscientos años después, en 2008, una amplia agenda de actividades se ha puesto en marcha para dar realce a la conmemoración.

Una de ellas ha llamado especialmente mi atención.

Me refiero a la exposición Goya en tiempos de guerra, mediante la cual se exponen en el Museo del Prado – con mucho la más importante pinacoteca de España – diversas obras pintadas por el artista antes y después del inicio de la guerra de independencia española.

Las pinturas en torno a las cuales gira la amplia exposición son las recién restauradas Los fusilamientos del 3 de mayo y La lucha con los mamelucos.

En estas obras, Francisco de Goya plasma con singular realismo lo que personalmente vio y vivió los días 2 y 3 de mayo de 1808 durante la revuelta popular de Madrid que derivó en la posterior ejecución de muchos de los alzados.

El diario El Mundo describió con precisión la obra de Goya: “Como un cronista de guerra, un fotorreportero pionero sin que la cámara se hubiese siquiera inventado, el de Fuendetodos (Zaragoza) muestra la crueldad del conflicto…”

Lo que Goya vio no fue sólo una rebelión popular o el inicio de la lucha independentista española, sino el comienzo de una nueva era en la que el imperio español, herido de muerte, utilizaría los aún muchos recursos a su alcance para liberarse de los dictados franceses, pagando a cambio con su salida del concierto de las naciones poderosas y la pérdida en los siguientes años de sus posesiones en ultramar.

El discurso liberal que invadió a España y de tanto sirvió para motivar a su pueblo para sostener la lucha contra Napoleón tuvo su reflejo natural en las colonias, en las que venturosamente al poco tiempo tomó vida y camino propios, conduciendo a las naciones americanas a un sendero sin retorno hacia su propia independencia.

La injusticia acumulada a lo largo de trescientos años de colonialismo, la difícil situación socioeconómica, así como la creciente pero aun en gestación identidad nacional, hicieron de México campo fértil para que la semilla de la libertad e independencia diera frutos.

Es por ello que en mucho contribuye el 2 de mayo de 1808 para entender con mayor claridad nuestro proceso independentista, pues para hacerlo es fundamental adentrarse tanto en los factores endógenos como en los exógenos que en él influyeron.

Así las cosas, la celebración de los españoles también debe ser nuestra, pues innegablemente fue uno de los principales detonadores de nuestra propia guerra de Independencia.

Pensar en la Nueva España de 1808 aislada del mundo es, simple y sencillamente, desconocer la influencia de una época, iniciada en 1776 con la independencia norteamericana, pasando por la revolución francesa de 1789, el pensamiento liberal de la ilustración y la presencia de las tropas y las ideas de Napoleón Bonaparte en la Europa de la época.

De la misma manera, sería impensable entender el México de la actualidad ajeno a un contexto geopolítico cambiante, en el que surgen nuevos actores, potencias nacionales y retos mundiales; caracterizado por la globalización económica y cultural y por la presencia de una nueva sociedad de la información.

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