domingo, 28 de septiembre de 2008

Chaplin en España


Madrid se caracteriza por la intensa actividad que, en diversos ámbitos, llevan a cabo infinidad de fundaciones, tanto nacionales como internacionales, que tienen su sede en la ciudad.

Los grandes grupos financieros transnacionales, como BBVA, Santander, Caja Madrid o La Caixa, son parte central de esta dinámica. Cuentan en la capital española con múltiples instalaciones en las que realizan actividades de índole cultural, la mayoría de las cuales son gratuitas o muy económicas –lo cual se agradece aún más en tiempos difíciles.

Es en este marco en el que la Fundación “la Caixa” –obra social de la gran caja de ahorros catalana del mismo nombre– presentó, desde el pasado 2 de julio, la exposición “Chaplin en imágenes”.

Siempre he sentido una especial curiosidad por Charles Chaplin, así que acudí al nuevo edificio denominado “Caixaforum”, inaugurado recientemente en pleno Paseo del Prado, a pocos metros del museo del Prado y del Thyssen-Bornemisza, dentro de lo que se denomina la “milla del arte” madrileña.

Poco o nada sabía de quien se considera una de las mayores estrellas que ha dado el séptimo arte, quizá la primera de nivel mundial.

La muestra narra a través de las imágenes la historia de Charles Chaplin, desde la creación de Charlot –personaje que lo encumbró–, hasta el final de su carrera.

Presentada junto con la NBC Photographie de París, la exposición reúne cerca de trescientas fotografías, pósters, documentos y extractos de películas, muchos de ellos inéditos.

Pocos minutos después de haber ingresado a la sala de exposiciones, pude corroborar la inmensa capacidad de comunicación de Chaplin, al observar como mi hija de cinco años se sentaba frente a una película en blanco y negro –no creo que antes haya visto otra–, que sin un sólo ruido era capaz de hacerla reír a carcajadas.

Ana María observaba una escena de la película “Luces de la ciudad”, estrenada en 1931, en la que el personaje Charlot muestra su gran compasión al gastar su única moneda para no herir los sentimientos de una invidente que al confundirlo con un millonario le había ofrecido una flor en venta.

En esta película, producida y estrenada justo en medio de la “gran depresión” norteamericana –iniciada en octubre de 1929 y curiosamente reeditada en 2008, gracias a la bomba de las subprimes–, Chaplin realiza una amarga crítica contra una clase media adormecida por un estilo de vida que tiende al conformismo y a la amnesia; que pensaba erróneamente que el progreso había llegado para quedarse, mientras una crisis económica de proporciones descomunales le demostraba exactamente lo contrario.

Pero la exposición de Caixaforum deja claro que Charlot no fue siempre el vagabundo piadoso y humanista que todos conocemos o creemos conocer.

El personaje se empezó a configurar desde 1910, cuando el londinense Charles Spencer Chaplin, comenzó a trabajar en la compañía teatral de Fred Karno.

Charlot vio la luz hasta 1914. Año en que el actor, ya en los Estados Unidos, comenzó a hacer cine en la Keystone Film Company.

Sobre la creación del personaje, uno de los muros de la muestra cita al propio Chaplin: “No tenía idea respecto al tipo que iba a hacer…”, “al dirigirme hacia el vestuario pensé que podía ponerme unos pantalones muy holgados y unos zapatones, y añadir al conjunto un bastón y un sombrero hongo. Quería que todo estuviera en contradicción: los pantalones, holgados; la chaqueta, estrecha; el sombrero, pequeño, y los zapatos, grandes”.

Al conjunto añadió un bigotito que le hacía verse mayor. Había nacido Charlot.

Inicialmente encarnaba a un tipo malicioso, ligeramente cruel e incluso vulgar. Aprovechando su impresionante capacidad pantomímica, se apoyó en un gesto para endurecerse aún más.

Fue todo un éxito. De agosto de 1914 a noviembre de 1915 hizo 46 películas y pasó de ser un desconocido a un ídolo de la pantalla grande.

En pocos años quedaron atrás los 10 dólares semanales que en el teatro le pagaba Karno. Con 27 años, en 1917 firmó un contrato de 1 millón de dólares para hacer sólo siete películas. Una suma inmensa para aquella época –también para la actual, por cierto.

Junto con los triunfos vinieron las primeras críticas. Los sectores más conservadores de la sociedad estadounidense veían con malos ojos al Charlot pícaro que la mayoría adoraba.

Según relata la exposición, que en Barcelona recibió a 155 mil visitantes, en esta etapa Chaplin mostró sus habilidades como publirelacionista.

Montó una oficina de prensa, y con películas como “El bono” de 1918, en la que promovía la compra de bonos del tesoro norteamericano, se encargó de suavizar a los sectores que censuraban su obra.

Una vez obtuvo la autonomía financiera, el artista pasó a ser también productor y director, con lo que ganó una libertad creativa poco usual en el cine.

Según relata Sam Stourdzé en su texto “Chaplin y su imagen”, en esta etapa surge el antihéroe, en el que el cuerpo se convierte en la figura central y el gesto adusto cede su lugar a una cara blanca que servía como receptáculo de nuevas expresiones.

La película “El chico” de 1921, marca el surgimiento del Charlot vagabundo, compasivo, enamoradizo y melancólico que permanece presente en la memoria colectiva.

Chaplin, mediante la utilización de escenas de sueños libera momentáneamente a Charlot de la realidad, aunque el despertar es difícil, pues implica el regreso a su verdadera condición.

Ya en los años treinta, Charlot da un nuevo paso y agrega a sus cualidades la de un humanismo cada vez más influenciado por las convicciones políticas de su creador.

A pesar de que el cine sonoro había hecho su aparición desde mediados de los años veinte, Chaplin estaba convencido de que su personaje no debía hablar y siguió en silencio en “Luces de la ciudad”, de 1931 y en “Tiempos modernos”, de 1936.

En esta última película abordaba el tema de la relación del hombre con la maquina y viéndose Charlot en la necesidad de cantar, lo hizo en una lengua abstracta, ininteligible. Se escucho la voz, pero no la palabra.

Sus producciones tuvieron entonces cada vez más elementos de crítica social y política, lo que llegó a su clímax en “el gran dictador”, que empezó a grabar la misma semana que comenzó la Segunda Guerra Mundial y estrenó en 1940; en la que con gran acierto satirizó la figura de Adolfo Hitler –de quien declaró le había robado el bigote–, y por extensión a las dictaduras en general.

En la última escena, proyectada también en la muestra de Madrid –cosa curiosa, porque en España no se pudo proyectar hasta 1976, después de la muerte de Franco–, Charlot habla por fin y da un mensaje de paz, aunque lo hace por medio del propio Chaplin, pues aparece sin los elementos de caracterización del personaje.

Como consecuencia de su intenso activismo político –simpatizaba con el comunismo– y de la política de intolerancia prevaleciente en los Estados Unidos, en 1952 Charles Chaplin fue avisado de que no se le renovaría más el visado para permanecer en el país en el que había trabajado y triunfado cerca de 40 años, por lo que cambió su residencia a Suiza, en donde finalmente murió en 1977.

Aunque después hubo muchos intentos por resarcir estos agravios –por ejemplo, la concesión del título de Sir ingles o el “Oscar” honorífico en el que recibió la mayor ovación en la historia de dichos premios– la obra de Chaplin nunca dependió del reconocimiento político para trascender y volverse universal.

Apreciar su obra siempre será una gran oportunidad, como lo fue asistir a la exposición “Chaplin en imágenes”, aunque lo es más en momentos de crisis como el actual en los que sus premisas y reflexiones renuevan su vigencia, evidenciando la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, siempre en contradicción.

Para otro día la crisis.

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