domingo, 14 de septiembre de 2008

La Expo del agua: el tiempo se agota


Ocupados en las batallas personales que libramos cotidianamente –sin importar si estas son las más egoístas o incluso las más nobles– a los seres humanos se nos ha olvidado enfrentar la más grande de todas: la del calentamiento global de la tierra.

Y es que tal parece que sólo una ínfima parte de las casi 7 mil millones de almas que habitamos este planeta está conciente del riesgo que el cambio climático representa, no sólo para la conservación de nuestro estilo de vida o de nuestras pocas o muchas comodidades, sino para la supervivencia de nuestra especie.

Incluso si conocemos el tamaño del reto, pensamos que ya habrá momento para hacer algo, una vez resolvamos los mil y un problemas que cada uno tenemos o pensamos tener.

Asumimos, como en muchas otras cosas que nos afectan, que alguien más se estará ocupando de ello, o que si no es así, nosotros somos los menos indicados para contribuir a la solución del problema.

Así lo pude corroborar al asistir a la denominada Tribuna del Agua, que se llevó a cabo en el marco de la Exposición Internacional de Zaragoza 2008, cuyo tema principal fue precisamente el vital líquido y en la que estuvieron presentes 108 países y decenas de organismos internacionales.

Para mi fortuna, los organizadores de la tribuna –herramienta intelectual de Expo Zaragoza–, consideraron que era importante que personas de diversos países y sectores participaran en las mesas temáticas, a las que asistieron personajes como Mijail Gorvachov, Vandana Shiva, Rigoberta Menchú o Javier Solana.

Así las cosas, tuve la oportunidad de acudir a la mesa “Agua y energía” y ser uno de los dos mil invitados que a lo largo de tres meses participaron en alguna de las nueve mesas temáticas, cuyo resultado final fue la “Carta de Zaragoza”.

En palabras de los organizadores, la carta “abrirá una compuerta al futuro desde el presente y contribuirá a establecer las pautas de un nuevo estado de la cuestión en materia de agua y desarrollo sostenible”.

Además de tener el enorme gusto de conocer en persona y escuchar la intervención de Ban Ki Moon, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tuve la suerte de estar presente en el diálogo con Jeremy Rifkin, plato principal de los tres días de conferencias de la mesa temática que me correspondió.

Las palabras de Rifkin, quien ha sido asesor del ex vicepresidente norteamericano Al Gore y actualmente es consultor de diversos jefes de Estado, fueron, por decir lo menos, alarmantes.

Según el autor de una veintena de libros e infinidad de artículos sobre el impacto de la ciencia y la tecnología en la economía, la sociedad y el medio ambiente; debido a que hemos calentado el planeta en un tiempo record, la humanidad se encamina hacia la destrucción.

En sólo 175 mil años sobre el planeta, el ser humano ha acelerado un proceso que en condiciones normales hubiera tardado 10 millones de años, como consecuencia de la sobreexplotación de los combustibles fósiles y de las altas emisiones de gases contaminantes, principalmente dióxido de carbono y metano.

A decir de Rifkin, la comunidad científica menospreció la velocidad del cambio climático, que no es otra cosa que la afectación que tiene en los ciclos del agua el aumento en la temperatura promedio de la tierra.

El prestigiado consultor pronosticó que si la temperatura global se incrementa de 2 a 3 grados centígrados promedio, se producirá una extinción potencial del 70 por ciento de las especies vivas y puso como ejemplo a los osos polares que se “ ya están ahogando” o el incremento en la incidencia de los huracanes.

Afortunadamente, el también presidente de la Foundation on Economic Trends consideró que aún es posible remediar la situación.

Apoyado en la teoría de que las grandes revoluciones de la humanidad han sido propiciadas por un cambio en el uso de las fuentes de energía, Rifkin planteó como solución del problema acelerar la transición de la segunda revolución industrial –que hoy se encuentra en su etapa final y se caracteriza por ser centralizada y vertical, así como en el uso del carbono, el gas, el petróleo y el uranio– a la tercera, basada en la utilización del hidrógeno y las energías alternativas.

A juicio del escritor norteamericano, debido a la irresponsabilidad de los Estados Unidos, deberá ser la Unión Europea quier lidere esta tercera revolución industrial, apoyada en el concepto de energías distribuidas, mediante la implantación de una red de redes energéticas, sin fronteras, horizontal y descentralizada; en la que cada edificio o casa genere su propia energía, que se sume a la de todas las demás para aumentar la disponibilidad energética. Algo similar a lo que sucede en el Internet.

Para ello, propuso que en un máximo de 7 o 10 años se elabore una hoja de ruta única que nos guíe a una etapa postcarbono y defina un consumo energético que evite el final de las especies.

Sólo así lograríamos reducir las emisiones de gases a la atmósfera causantes del calentamiento global.

Las palabras de Rifkin, polémicas como siempre, generaron la deseada discusión entre los asistentes. Muchos estuvieron de acuerdo y otros no.

La realidad es que, se concuerde o no con lo planteado, todos los pronósticos, incluso los más moderados, indican que el tiempo se agota y que la humanidad requiere con urgencia el consenso y el diálogo al más alto nivel para solucionar un problema que nos pone en peligro a todos.

Mientras llegan los grandes acuerdos, los ciudadanos de a pie debemos poner nuestro granito de arena, actuando responsablemente antes de abrir la llave del agua o encender las luces de nuestros hogares. El futuro está en juego.

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