domingo, 21 de diciembre de 2008

Carta anticipada a los Reyes Magos


Observar la ilusión y sorprendente antelación con la que mis hijas Ana María y María José elaboraron su larga carta a los Reyes Magos me hizo recordar los cada vez más lejanos años en los que me correspondió hacer lo propio.

Gracias a este recuerdo, decidí abandonar la idea de dedicar mi última colaboración del año 2008 al tema de las tasas de interés de usura que cobran los bancos “mexicanos” o al de la vocación “lúdica” del hoy preso ex comisionado de la Policía Federal Preventiva –por considerarlo poco acorde con el espíritu navideño que a todos nos embarga– y, en cambio, opté por retomar la costumbre de elaborar mi carta a los Santos Reyes, y hacerlo con anticipación, para compartirla con los distinguidos lectores de El Sol de Hidalgo.

Para empezar he de decir que, cuando yo era parte del segmento infantil de la población, las cartas eran muy diferentes. Además de ser un medio de comunicación real –la palabra correo “electrónico” se utilizaba para referirse a una caja con una radio adentro–, nuestras cartas no eran tan largas, ni tan específicas, ni incluían mayoritariamente juegos de video –en los ochenta aún se dudaba si el abuso de los mismos afectaba al ser humano, tal como después se comprobó.

Todos los niños sabíamos que, independientemente de la extensión y contenido de nuestro pliego petitorio, Melchor, Gaspar y Baltazar habrían de interpretar correctamente nuestros deseos; utilizando para ello la carta y el reporte detallado que, sobre nuestro comportamiento del último año, puntualmente recibirían del sistema de “inteligencia” que para el efecto habían montado –cuestión que a algunos nos atormentaba con sobrada razón.

Por ello, con la finalidad de corregir ligeramente el rumbo, cada 5 de enero los muchos niños de la familia –debidamente custodiados por quienes aún hoy lo hacen– nos apostábamos en algún lugar de la plaza Independencia, de la calle de Guerrero o de las avenidas Juárez o Revolución, y esperábamos con ilusión el gesto o saludo de alguno de los miembros de la caravana real, lo cual era seguro indicativo de que los Reyes Magos nos tendrían en cuenta durante la noche que seguía.

Sé que todo lo anterior sonará un poco extraño, pues a mis treinta no tan “cortos”, más que intercambios epistolares con los ya de por sí ocupados Reyes de Oriente, debería dirigir mis esfuerzos a intentar elaborar complicadas predicciones sobre el comportamiento de las variables que incidirán en mi destino, en el de mi familia y en el de mi país.

Pues bien, dado que el escenario actual de incertidumbre financiera, política, social y hasta climatológica, seguramente tiraría por los suelos cualquiera de mis pronósticos –basta recordar lo que le sucedió a nuestro Secretario de Hacienda con aquello de que a México apenas “un catarrito le daría” debido a la crisis económica–, he tomado la atinada decisión de poner mi futuro en manos de aquellos que, durante una larga etapa de mi vida, no dejaron sin respuesta ninguna de mis peticiones.

Y es que, a pesar de que fueran tiempos de crisis familiar o nacional –1982, 1983, 1985, 1987 y 1988–, Melchor, Gaspar y Baltazar se tomaban la molestia de dejar lo suficiente, no para llenar la lista, pero sí para alimentar la ilusión de quienes les dirigíamos nuestras peticiones. Mucho más de lo que hacen últimamente aquellos que tienen como responsabilidad mantener viva la esperanza de todo un país, por cierto.

Una vez tomada la decisión de escribir la multicitada carta, debo confesar que ha vuelto a mí el cosquilleo que sentí durante cerca de tres lustros cuando, sentado frente a una hoja de papel, dejaba volar la imaginación –alimentada por algún promocional visto en el programa “en familia con Chabelo”.

No es para menos. La posibilidad de encontrar respuesta a mis solicitudes a través de la carta enviada a los Reyes Magos es emocionante. Estoy conciente de que he de decidir muy bien lo que pida. No sería la primera vez que mis deseos fuesen modificados por los reyes del caballo, el camello y el elefante, lo que hace necesario encontrar un punto de equilibrio entre aquello a lo que puedo aspirar de acuerdo con la realidad y aquello con lo que tengo derecho a soñar.

Resuelto el dilema, me inclino por la última opción. Así que soñaré. Sé que corro el riesgo de que, como en muchas otras ocasiones, llegue algo diferente. En todo caso, después de casi veinte años de no hacerlo, vale la pena arriesgarse.

Mi carta será breve y es la siguiente: “Queridos Reyes Magos, lo único que quiero pedirles es que nuestros políticos dejen de hacerse como el tío Lolo –hay palabras que no se pueden decir en este tipo de cartas–, dejen de inventar pretextos, de tirarse la bolita unos a otros y se pongan a trabajar. Si no se puede, por favor tráiganme a Superman, porque esto se va a poner difícil”.

¡Feliz Navidad y próspero 2009 para todos en México!


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