domingo, 6 de julio de 2008

El día después de la Eurocopa


Suele decirse que la derrota es huérfana mientras la victoria tiene muchos padres.

Nada más adecuado para interpretar el triunfo de España en la Eurocopa de fútbol el pasado 29 de junio ante Alemania.

Y es que el partido culminante del magnífico torneo organizado en su edición 2008 por Austria y Suiza ha tenido y seguirá teniendo diversas lecturas, la mayoría de ellas alejadas del ámbito estrictamente deportivo.

El hecho concreto es que la selección española de fútbol logró, por segunda ocasión en su historia, obtener la copa más preciada por los europeos, después de la mundial.
Hace cuarenta y cuatro años, en 1964, jugando en casa en el estadio Santiago Bernabéu, España ganó a Rusia la final de la segunda edición del denominado oficialmente Campeonato Europeo de Fútbol.

Desde aquel entonces, prácticamente todo fueron decepciones.

De las siguientes diez ediciones, España no clasificó a cuatro; en tres no paso de la primera fase; en dos – 2000 y 2004 – cayó en cuartos de final; sólo en la de 1984 hizo un buen papel, perdiendo la final contra el anfitrión Francia.

Con base en estos resultados, principalmente en las dos últimas derrotas en cuartos de final, se creó el mito popular de la “maldición” que recaía sobre la selección española.

Era tal el peso de esta falsa condena que, aunque hoy nadie quiera aceptarlo, en ninguna de las decenas de encuestas y sondeos que se efectuaron antes del primer partido del equipo nacional se otorgaba una confianza amplia a la selección.

Antes del 10 de junio pasado, no sólo nadie pensaba en la posibilidad de ganar la Eurocopa, sino que la gran mayoría estaban convencidos de que serían eliminados en los cuartos de final.

Las críticas al equipo conformado por el Director Técnico, Luis Aragonés, y a él mismo eran mayoritarias.

Se hablaba de ausencias graves en la lista de convocados, tales como la del delantero del Real Madrid, Raúl González.

Resultó cómico ver como una de las principales cadenas vendedoras de electrónica en Europa, Mediamarkt, en una muestra de mal gusto y desconfianza – que a la postre le costó varios millones de euros –, se atrevió a ofrecer a todos los clientes que compraran televisores en sus tiendas españolas la devolución del 25% de su compra si la selección pasaba a cuartos de final.

Previo al inicio del torneo, los políticos de todos los partidos hacían comentarios reservados sobre el futuro que avizoraban a su equipo. Ninguno se atrevía a pronosticar una victoria por temor a ser tomado por ingenuo.

Al final, la sorpresa llegó y veintitrés jugadores, con un promedio de edad de 26 años lograron lo que nadie creía posible.

España estalló en júbilo y celebró durante toda la madrugada el triunfo de su selección nacional.

Por las razones antes detalladas, muy pocos españoles habían previsto acudir al partido final de la Eurocopa.

Aquellos, los menos, que tuvieron la fortuna de ser invitados por alguno de los grandes patrocinadores o de contar con los 8 mil euros – 130 mil pesos – que pedían los revendedores para estar presentes en el estadio Ernst Happel de Viena, no dejaban de brincar y vitorear a su equipo.

Las calles de todas las ciudades europeas fueron prácticamente tomadas por los aficionados españoles en ellas presentes.

Desafortunadamente no tuve la oportunidad de vivir de cerca el gran festejo que se dio en Madrid. Por motivos laborales me encontraba junto con mi esposa e hijas en la ciudad de Zurich.

La sobria capital financiera de Suiza, en la que el alemán es el idioma común, cambió su rostro de suma formalidad cuando cientos de ibéricos salieron de quién sabe dónde con banderas, trompetas y todo tipo de artilugios para acompañar la fiesta que de momento improvisaron.

Inmediatamente después, las palabras llenas de incertidumbre, contadas y reservadas, fueron sustituidas por un optimismo desbordado.

Resulta que todos lo sabían y ninguno, ni siquiera por un momento, había dudado del triunfo.

“Son grandes los muchachos y su entrenador, claro está”; “no era para menos, siempre les apoyamos”, declaraban quienes cuatro días antes habían apuntado sus baterías viperinas en contra del Director Técnico Luis Aragonés, cuando se filtró que debido al vencimiento de su contrato estaba en platicas con un club turco. “Cualquier cosa que suceda será su culpa”, decían.

Hábilmente, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, no tardo en declarar que se había cerrado la “transición” del fútbol español, en alusión al mismo proceso que se llevó a cabo en el ámbito político. “Mi generación merecía un triunfo que nunca había visto en la Eurocopa”, declaró.

Lo cierto es que el triunfo que tan bien le cayó a la generación de Rodríguez Zapatero, fue conseguido precisamente por un grupo de jóvenes que no pertenece a ella.

De los veintitrés jugadores, sólo uno nació en vida del dictador Franco, que murió el 20 de noviembre de 1975; dieciocho nacieron después de haber sido aprobada por referéndum la nueva constitución democrática, el 6 de diciembre de 1978.

No se trata de una coincidencia, sino de la consolidación en el deporte más apreciado a nivel nacional e internacional de los triunfos que las nuevas generaciones de deportistas ya habían logrado en baloncesto, balonmano, jockey, triatlón, ciclismo, tenis o automovilismo.

Claro que la victoria es de los españoles en su conjunto, pues se trata de su selección nacional.

Sin embargo, es importante observar que la generación de la “democracia plena” empuja y lo hace con mucha fuerza, consiguiendo éxitos que las anteriores no habían logrado o que habiéndolo hecho en algún momento, se habían resignado a no conseguir más.

Es por ello que de todas las lecturas extra deportivas que se le han dado al triunfo en la Eurocopa me quedo con aquella que observa un cambio en la mentalidad de las nuevas generaciones, que implica nuevos modelos de pensamiento y de acción, sin dejar de escuchar la voz de la experiencia, que en este caso ejemplifica muy bien el entrenador Luis Aragonés.

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