domingo, 23 de noviembre de 2008

¿Alumbrará a México el faro de Obama?


El discurso que dio Barack Obama en el parque Grant de la ciudad de Chicago la noche del 4 de noviembre, justo después de confirmar su victoria en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, es considerado por muchos como una pieza de oratoria que pasará a los anales de la historia de ese país. Cumplió con creces el objetivo de enviar las señales que el hoy presidente electo quería compartir con aquellos que votaron a su favor y, principalmente, con los cerca de 50 millones de votantes que no lo hicieron.

A pesar del carácter eminentemente local del mensaje, con su tradicional elocuencia, Obama no perdió la oportunidad de esbozar algunos de los elementos que presumiblemente estarán presentes en su política internacional.

Así, en el breve paréntesis que dedicó al tema, se refirió al “destino compartido”, a la paz, a la seguridad y a la derrota de quienes apuestan por “derrumbar” el mundo; para terminar afirmando: “a aquellos que se preguntan si el faro de Estados Unidos todavía ilumina tan fuertemente: esta noche hemos demostrado una vez más que la fuerza auténtica de nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales”.

Ahora bien, pasada la euforia electoral, es conveniente preguntarse: ¿Nos alumbrará el faro de Obama? Sin lugar dudas es una cuestión difícil de responder. Aunque no lo es tanto saber que la experiencia indica que, aunque la luz del faro sea muy potente, la cercanía geográfica no garantiza que así sea.

La agenda de exteriores del cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos de América es sumamente amplia y va desde la construcción del nuevo sistema financiero internacional, hasta la atención de las guerras de Irak y Afganistán, pasando por una creciente tensión con Rusia y por el reclamo de un nuevo multilateralismo de parte de la comunidad internacional.

A pesar de lo anterior, el escenario actual proclive al cambio, es propicio para un replanteamiento de la relación entre los gobiernos de México y Estados Unidos de América, con la finalidad de que ésta se adapte a las nuevas circunstancias globales y aporte soluciones efectivas a los retos comunes que ambas naciones enfrentan.

Como resultado del deseable ajuste, aspectos hasta hoy protagónicos en la relación bilateral, construidos con base en el principio de confrontación, como es el caso del intercambio comercial –orientado por el concepto de ventaja comparativa, en el que las “debilidades” de un país son “aprovechadas” por el otro–, deberán ceder espacio a favor de temas cuya atención requiere adoptar una visión cooperativa y, por ende, asumir como propias la debilidades del otro para alcanzar soluciones eficaces.

No cabe duda de que la concepción que hasta ahora ha imperado ha sido precisamente la contraria. La cooperación mutua en materia de seguridad pública es muestra de ello. Para ilustrarla resultan de mucha utilidad los comentarios expresados por el embajador estadounidense en México el pasado 14 de noviembre, durante la inauguración del consulado de su país en Ciudad Juárez.

En aquella ocasión, Anthony Garza afirmó que “el reto principal de las relaciones bilaterales es la narcoviolencia” y se refirió a la Iniciativa Mérida –400 millones de dólares que se entregarán en equipo y capacitación a México en la lucha contra el narcotráfico– como “el esfuerzo más profundo de nuestras dos naciones para enfrentar al cáncer de las drogas”.

Frente a esta visión simplista, que considera que transferir recursos –que por mucho representan el 2% de la ventas anuales de los narcotraficantes mexicanos– es la solución “más profunda” al problema común de la delincuencia organizada, existen otras que, aunque concebidas como marcos de referencia global, resultan de mucha utilidad para reorientar el camino de la relación entre México y Estados Unidos de América.

Ejemplo de estas visiones son el informe “Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos” y el libro “De la pobreza al poder”. El primero de ellos, presentado al Secretario General de las Naciones Unidas en el año 2004, otorga al desarrollo –entendido este como proceso de ampliación de las posibilidades de elegir de los individuos, que tiene como objetivo expandir la gama de oportunidades abiertas a las personas para vivir una vida saludable, creativa y con los medios adecuados para desenvolverse en su entorno social– un papel fundamental para combatir las grandes amenazas contra la seguridad internacional, entre las que se encuentra la delincuencia organizada “transnacional”.

Asimismo, frente a una delincuencia que actúa cada vez más en redes flexibles y menos en jerarquías estructuradas –lo que le proporciona diversidad, flexibilidad, poca visibilidad y longevidad– el grupo de alto nivel conformado por Kofi Annan consideró necesario contar con estados “capaces y responsables”, por lo que urgió a redoblar los esfuerzos tendientes a mejorar la capacidad de los mismos de ejercer su soberanía de una manera responsable.

Por su parte, el reciente libro “De la pobreza al poder”, elaborado por Duncan Green para la prestigiada organización no gubernamental Oxfam Internacional, se aparta también del enfoque que actualmente impera en la relación bilateral entre México y Estados Unidos y, a la necesidad de contar con estados eficaces que gestionen los procesos de desarrollo y garanticen la educación, la salud, así como el crecimiento y la transformación económica; añade el concepto de seguridad humana, que implica dar un nuevo sentido a lo que entendemos por seguridad y cómo se consigue ésta.

Green sustituye el enfoque militar o policial, por el esfuerzo integral para reducir la vulnerabilidad de las personas en situación de pobreza mediante una adecuada protección social, un mejor acceso al sistema financiero y, en términos generales, adecuadas políticas para su inclusión en los procesos de desarrollo.

Ambos documentos nos muestran que, para que el faro “de la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza” planteado por Barack Obama sirva para alumbrar el camino de sus vecinos del sur, se requiere de un nuevo modelo en las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos, dirigido a combatir las causas –desigualdad y debilidad del Estado mexicano–, para prevenir así las consecuencias.

Es por ello que, para ofrecer respuestas de fondo a la problemática mutua en materia de migración, ecología, seguridad pública o generación de empleos es necesario diseñar una agenda que haga especial énfasis en la seguridad humana –que se traduce en mayores niveles de desarrollo y en una menor desigualdad social– y en el fortalecimiento de la capacidad del Estado mexicano. Aspectos que, por su transversalidad, inciden directamente en éstos y otros temas comunes.


Agradezco al investigador Mariano Aguirre, ex coordinador de programas sobre paz y conflictos de la Fundación Ford de Nueva York y actual Director de Paz, Seguridad y Derechos Humanos de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior –un think tank europeo con sede en Madrid– que me haya permitido plantear el reporte final de la materia “Sistema Internacional” como un artículo de opinión dirigido a los distinguidos lectores del periódico El Sol de Hidalgo.



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