domingo, 30 de noviembre de 2008

Crisis financiera y justicia mundial


Hace pocos días tuve la oportunidad de leer el artículo de opinión titulado “El cambio climático y la justicia mundial”, escrito por Ulrich Beck para el diario español El País que, habiendo sido publicado el 15 de junio de 2007, previó y se adelantó a acontecimientos que en los últimos meses han llegado a su cúspide con la denominada crisis financiera mundial.

Ahora bien, ¿Qué tanto eco habrán tenido las preocupaciones del sociólogo alemán en relación con el capitalismo liberado, el cambio climático y la justicia mundial, hace sólo dieciséis meses?
Poco, si consideramos que en ese entonces las sub-primes, causantes primeras de la recesión global, tenían la categoría de “leyenda urbana” y el mundo se encontraba “de fiesta”, gracias a los resultados alentadores que ofrecían las cifras de la macro y la micro economía de prácticamente todos los países del orbe.

Es por ello que, a la luz del dramático cambio en las circunstancias, es relevante intentar responder a la pregunta que formuló al principio de su artículo, quien en 1987 acuñó el concepto de la “Sociedad del riesgo”: ¿No habría que clamar por una nueva era socio-ecológica? Para darle respuesta, resulta de utilidad recorrer el mismo camino que siguió Beck en aquel entonces y revisar una a una las cuestiones planteadas.

La primera de ellas se refiere al efecto destructivo y empobrecedor del neoliberalismo de la posguerra fría. Si en aquel entonces existían abundantes argumentos para estar a favor o en contra, hoy en día es difícil apoyar sin observaciones el modelo de desarrollo imperante, basado en un excesivo endeudamiento y en un consumo desenfrenado, así como en un incremento de la competitividad, cuyos beneficios no se reflejaban en un mejor nivel de vida generalizado.

El resultado, después de poco menos de un año y medio, habla por sí mismo: la mayor crisis económica desde 1929; millones de trabajadores y directivos de todo el mundo desarrollado y en desarrollo han perdido el empleo o lo harán pronto; los pocos beneficios obtenidos por las clases media y baja durante la época de bonanza se volatilizan a pasos agigantados debido a su excesiva vinculación con el sistema financiero; éste último, destrozado por su excesiva ambición y casi nula medición del riesgo, clama por los recursos del Estado –al que hace poco repudiaba y veía con desconfianza– para salvarse a sí mismo. En el artículo en cuestión, Beck lanzó una pregunta lapidaria: ¿Por qué creen los neoliberales que en el siglo XXI las cosas van a ser de otra manera?
Estrechamente relacionada con la anterior, surge la segunda cuestión planteada por el autor de varios best seller´s: la de la justicia en sus dimensiones económica y ecológica, tanto a escala mundial como nacional.

Sobre la dimensión ecológica, lo escrito por Beck anticipa el hecho de que la política del clima conlleva un problema de justicia entre las naciones con distintos niveles de desarrollo y entre las personas que las habitan, pues sus costos no se distribuyen equitativamente entre pobres y ricos. En relación con el cambio climático, acertadamente afirma: “La pregunta decisiva es más bien si los ricos van a reducir sus emisiones para que los pobres tengan sitio para su desarrollo”.

Ahora bien, aunque Beck no lo hace en su artículo, podemos aplicar la misma pregunta a la dimensión económica de la justicia: ¿Están dispuestos los países y personas ricas a compartir sus beneficios de una manera más equitativa con sus similares pobres? Hasta el momento ha sido evidente que no, y la crisis económica mundial lo ha puesto de manifiesto.

A escala mundial, a pesar de que la crisis tuvo su origen en los países ricos, quienes están siendo más afectados en las últimas semanas son los países en desarrollo, que han visto como, a pesar de haber cumplido con exactitud las medidas de disciplina fiscal y monetaria recomendadas por el Fondo Monetario Internacional, no cuentan con los recursos suficientes para evitar que los capitales les abandonen para buscar refugio “seguro” en los países ricos. Paradójicamente, el dólar estadounidense se ha fortalecido frente a todas las demás monedas, incluido el Euro.

A escala nacional, los costos de la crisis económica tampoco se distribuyen de manera equitativa. Incluso en los Estados Unidos de América, la clase media cuestiona una serie de medidas que hasta hace poco se orientaban exclusivamente a salvar a los grandes grupos financieros y no contemplaban la suspensión temporal de los embargos de sus viviendas.

Ni hablar de otros países en los que las diferencias entre pobres y ricos son aún mayores, y las prestaciones del Estado de bienestar –educación y sanidad gratuitas; transferencias de rentas por pensiones y seguros de desempleo; así como acceso a servicios sociales diversos– son inexistentes o de bajo impacto redistributivo.

El caso del Titanic, utilizado por Beck para ejemplificar la distribución inequitativa de los costos del cambio climático, también aplica para los costos de la crisis económica: los pasajeros más pobres –que ocupaban las cubiertas inferiores– fueron los más perjudicados por la catástrofe.

La crisis financiera internacional ha dejado claro que, al igual que la política del clima, la política económica es una cosmopolítica y, por ende, no puede ser atendida con medidas locales. De la misma manera que levantar diques para proteger Londres, Nueva York o Tokio de las inundaciones provocadas por la elevación del nivel del mar es ilusorio, también lo es aprobar gigantescos paquetes económicos para salvar los sistemas financieros sin apoyar en igual o mayor medida a los países y personas pobres.

En 1907, en su libro “Hind Swaraj”, Mahatma Gandhi sostuvo que “la Tierra brinda lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de todos”. Quizá, en efecto, sea un buen momento para plantearse la construcción de la era socio-ecológica a la que se refirió Ulrich Beck.

No hay comentarios:

Publicar un comentario